Esa niña que está ahí tirada no es mi pequeño hijo. ¿Qué hace en la cama de Polito? —Papá, soy yo, Polito. —¿Con una peluca? Quítatela ahora mismo. —Es para el día del amigo oriental. —¿Quién te la dio? —Misis Ume. Tan chiquito y en revoluses extraños. —Soy Kenshin Battosái Himura. —¿Quién? —¡Al ataque! —¡Polito! —Soy Kenshin Battosái Himura. —Basta. ¿Qué hace la maestra de Kínder enseñándote esas mariconerías? Salvaje. —Yo no soy un salvaje. Soy un samurái. —¿Para dónde vas? Ven acá. ¿Cómo te atreves? Pero el niño, pequeño samurái, nunca regresaría a ese cuarto o a esa casa. Nunca volvería a enfrentar con sus poderes orientales a ese contrincante ebrio e imposible que se llamaba Papá. Su padre le había arrancado el cabello ilusionante, tan y tan duramente, que Polito apareció ante aquel hombre con un gesto combativo. Con la cabecita rapada de siempre, es cierto, y sus hombritos flaquitos, pero firme, se posó ante Hachiro Hiroto, contendiente inc
Vigilia callada bajo sueño apalabrado.