Demasiado tarde me enteré de que mi primo Juan Luis se había convertido en un cánido digitígrado. La sangre caliente, las mamas lactantes, la rabiosa protección de su cubil íntimo o el amoroso emperramiento con que la madre de mi primo perseguía a los machos que le gustaban debieron hacerme sospechar. También, el agudo sentido de la audición que poseía Juan Luis, lastimado para siempre por los fuegos artificiales y disparos de fin de año, así como por los regaños de siempre. Su entorpecida facultad del habla, acostumbrada a exigir las cosas mediante gritos, aullidos y gruñidos. Su historial de mordidas iniciado en primer grado, con la mano derecha del maestro de Español como víctima principal de sus colmillos. Sus apellidos: Cánido Valdés. Su mote de “Lobo”. Su fama de gamberro. Hoy me dijeron que, por sus constantes perrerías, acaban de enjaular a mi primo en una celda. Yo, como recién graduado de veterinaria, veré si estoy a tiempo para poderlo auxiliar. (Cuento finalista en
Vigilia callada bajo sueño apalabrado.