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Ladridos


Demasiado tarde me enteré de que mi primo Juan Luis se había convertido en un cánido digitígrado. La sangre caliente, las mamas lactantes, la rabiosa protección de su cubil íntimo o el amoroso emperramiento con que la madre de mi primo perseguía a los machos que le gustaban debieron hacerme sospechar. También, el agudo sentido de la audición que poseía Juan Luis, lastimado para siempre por los fuegos artificiales y disparos de fin de año, así como por los regaños de siempre. Su entorpecida facultad del habla, acostumbrada a exigir las cosas mediante gritos, aullidos y gruñidos. Su historial de mordidas iniciado en primer grado, con la mano derecha del maestro de Español como víctima principal de sus colmillos. Sus apellidos: Cánido Valdés. Su mote de “Lobo”. Su fama de gamberro.
Hoy me dijeron que, por sus constantes perrerías, acaban de enjaular a mi primo en una celda. Yo, como recién graduado de veterinaria, veré si estoy a tiempo para poderlo auxiliar.



(Cuento finalista en el Segundo Certamen Nacional de Microcuentos José Luis González, 2018)

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