En primer lugar: posemos la mirada sobre la fruta ofrecida que, de madura, parece a punto de perderse. En efecto, todos esos racimos de guineos habrían terminado en una inmensa aunque inodora podredumbre (léase aquí: “habrían terminado en un gran olvido”) de no haber sido por la mano interventora de esta pintora, capaz de conservar toda esa fruta en su condición más viva, es decir, más apetecible . En una sola oración: se trata de un arte maduro y de una artista. No hay que repetir aquí elogios del tipo “artista consumada”. Si su cosecha está madura, se entiende que ella también. A diferencia de todas las clientes que van a la plaza del mercado a comprar algo decente para cocinar y comer, a Merevick Torres Camacho busca algo para pintar y mostrar, que es su manera de ofrecernos su alimento, que es tanto para la mirada, como para el alma. Esa fruta cotidiana, a pesar de lo cercana, sabe a misterio. Solo es cuestión de fijarse en esa sombra que sostiene los guineos, y que nos acomp
Vigilia callada bajo sueño apalabrado.