Habría que estar siempre tranquilo, cuando no contento y “limpio de toda culpa”, pues uno no provoca los pesares, sino que le llegan por encargo. (¿Encargo de quien?) Habría que sonreír (y acaso mucho) en lo que vienen los susodichos.
Además, todos estamos contentos. “¿Cómo estás?” pregunta la gente con confianza, seguros de que el otro repetirá la pregunta: “Bien, ¿y tú?”, añadiéndole esa respuesta conforme, complacida, alegre que asegura un buen comienzo para la conversación. ¡Cómo se nota que ninguno de los dos es médico, en esa charla!
Todos están bien, porque sospechan que estar “verdaderamente mal” es “otra cosa”. Entre ellas, “estar mal” es por ejemplo:
1. Vivir en otro país: lejos de este pequeño paraíso de azares que siempre se resuelven para bien. (La crisis solo cobró el salario de 30 mil, cuando los puertorriqueños “son” muchísimos más. La próxima crisis ambiental provocada por el gasoducto la resolverá la maleza, que va a volver a crecer por los alrededores del tubo...)
2. Ser “realmente” pobre: ni siquiera cuponero. Mas bien, cuponero pero con una condición catastrófica y seis hijos. (Uno de ellos esquizofrénico. Y otra, la nena, embarazada.)
¡Y ese cuponero agradece que al menos su hijo esquizofrénico está vivo, y por eso se siente muy bien!
Yo no: yo estoy mal. A mí se me ha perdido un lector…
Comentarios