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Mostrando entradas de junio, 2013

Otoño boricua

Hundimos el deseo en el dinero. Pusimos un huevo dorado, pero huero. Formamos,  con tinta de billetes, un reguero. Oro, y no acero, quisimos en el hecho y el agüero. Más que al poeta, brindamos nuestros ruegos al banquero. Sumamos ceros con un pulso raquítico, pero certero. Y así, compramos diligentes un florero y flores de cartón, madera, cuero.

Diatriba

Sin haberme confabulado con los dioses, he sacado sobresaliente en mi examen doctoral. Así pues, me río de los monógamos: el amor se renueva en cuerpo ajeno. No puedo dar fe de nada, salvo de ese deseo domesticado que me hace inhalar y cantar luego.

EL ARRECIFE

El dinero ya lo tenemos, ¡al fin nuestro! No lo gastemos. Vamos a esconderlo en este cofre por unos meses, entre las lajas filosas de nuestro querido amigo el arrecife. Sí, aquí en el arrecife. Con su caballito de mar, su coralito, su barracuda plateada y picudita. Pero, ¡no! ¡El cofre! Ni que fuera de corcho. Acaba de subir tranquilo a flote. Y ahora boya servilmente, bajo las patas truqueras de un pelícano. Cofre, no te abras, cofre. ¡Ah! Te abriste. Por tu culpa, jodía ola. ¡¿Qué hiciste?! Volteaste por completo nuestros planes. Ojalá te evapores. Hiciste con nosotros lo mismito que le hicieron a Salcedo. ¿Oíste, ola? Por tu culpa, no pudimos ni siquiera aprovechar la hermosísima complicidad del arrecife. Porque hundiste nuestros cuerpos mar adentro, igualándonos con la carne aborrecida de otros muertos.