El dinero ya lo tenemos, ¡al fin nuestro! No lo gastemos. Vamos a esconderlo en este cofre por unos meses, entre las lajas filosas de nuestro querido amigo el arrecife. Sí, aquí en el arrecife. Con su caballito de mar, su coralito, su barracuda plateada y picudita. Pero, ¡no! ¡El cofre! Ni que fuera de corcho. Acaba de subir tranquilo a flote. Y ahora boya servilmente, bajo las patas truqueras de un pelícano. Cofre, no te abras, cofre. ¡Ah! Te abriste. Por tu culpa, jodía ola. ¡¿Qué hiciste?! Volteaste por completo nuestros planes. Ojalá te evapores. Hiciste con nosotros lo mismito que le hicieron a Salcedo. ¿Oíste, ola? Por tu culpa, no pudimos ni siquiera aprovechar la hermosísima complicidad del arrecife. Porque hundiste nuestros cuerpos mar adentro, igualándonos con la carne aborrecida de otros muertos.