Hundimos el deseo en el dinero.
Pusimos un huevo dorado, pero huero.
Formamos, con tinta de billetes, un reguero.
Oro, y no acero,
quisimos
en el hecho y el agüero.
Más que al poeta, brindamos nuestros ruegos al
banquero.
Sumamos ceros con un pulso raquítico, pero certero.
Y así, compramos diligentes un florero
y flores de cartón,
madera, cuero.
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