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No siendo inteligente tu teléfono, ¿entonces qué?

(nota: este stand up lo dejé a mitad, qué le voy a hacer...)

Teléfono inteligente. ¿O si no? Lo digo por lo de inteligente. Bueno, lo digo por lo de bruto. Yo, aunque nací en Vermont, estudié español and came here to teach. Doy clases de español en la universidad. Una de ellas. Y sé que a los estudiantes les duele, les da pavor que les vayan a decir brutos. ¿Por qué? Por cargo de conciencia.
Lo que pasa es que ese cargo les da a todos... Por ejemplo, usted se levanta un día y ve la increíblemente enorme cantidad de autos que le rodean a todo vapor en derredor, y se dice “puñeta, yo ni siquiera sé donde se fabrican estos carros, ni como se llama el dueño de la Ford, ni siquiera quién carajo es Braulio Agosto; si me pasa por el lado, ni lo saludo.” Eso da cargo de conciencia.
Dar por sentado que si es goya, tiene que ser bueno, qué remedio. Pero cuántos se han preguntado de dónde son los tomates de la goya. Y por qué, si son tomates, vienen nada menos que una lata. Comer tomates enlatados es como respirar aire en tubitos.
“¿Puedo ver a John Dewey?”, me preguntaron un día en esa universidad. Y yo, jejejeje, le dije: bueno, esa del fondo es su oficina. Y el chiste de Vermont se lo encasqueté también.
Soy una persona humilde. Eso quiero que esté claro. Aunque cada vez es más difícil echárselas. Uno dice: “Estuve en la universidad, hice un bachillerato en ciencias ambientales” Y el otro, un muchachito de hormigueros: “yo tengo un doctorado del rum; doy clases en massachussets, a la orden.”
Ni los doctores se las pueden echar: “Tengo 800 mil en el banco ahora mismo” (“Pero trabajas con cojones, dieciocho horas al día, curando viejitas que a tomates no huelen.”)
¿Somos o no somos faltos de inteligencia? Por ejemplo:
—¿Tu teléfono es inteligente?
—No.
—A ver. Hacía tiempo que no veía uno de esos teléfonos.
—¿De estos?
—Sí, de los que no son inteligentes.
Otro ejemplo:
—¿Tú eres de Estados Unidos?
                —No.
                —A ver. Hacía tiempo que no conversaba con alguien así.
                —¿Así cómo?
                —Que no son estadounidenses.
Ojo con las contradicciones. Pronto nos van a reventar el cerebro, y entonces sí que vamos a dejar de ser inteligentes.
                No somos contradictorios: qué va. Fumamos mucho de eso verde que, por lo tanto, no es tabaco de cigarrillo. Y cuando proponen legalizar eso que no es marrón como el tabaco del cigarrillo, pues entonces, no sabemos dónde queda la sala de audiencias del Senado, mira qué cosa, a mí se me olvidó quién era Miguel Pereira, yo pensé que ese era el de la policía.  
Él era de la policía, pero ahora está en el senado, pa’ que jodan, y propuso legalizar, siendo él un ex secretario de la policía, propuso legalizar el pasto. Qué pasto: el que se comen las vacas gordas, porque aquí en puerto rico, hasta las vacas de mi tío fuman pasto, y a pesar de eso, nadie se ha ido detrás de Pereira y le ha llevado, por lo menos, unas flores, gracias señor Pereira, gracias. Legalice lo que usted entienda que hay que legalizar, porque para eso usted, como conocedor del problema, establece leyes que conduzcan a resolver el mismo, muchas gracias, es usted un hombre serio y muy inteligente, no como otros de sus compañeros del Senado, que no lo son. Que no son inteligentes, ni tampoco nacieron en Vermont. Muchas gracias.
Y tan embalao como estabas, te vas tranquilo, con la conciencia tranquila, calle abajo. No como ahora que la conciencia me va a reventar. Me siento mal fumando tanto. No estamos hablando de eso. Lo que me tiene mal de verdad, lo que me tiene malamente mal es saber hasta qué punto soy o no soy inteligente. De qué comentario en adelante comienzo a dejar de ser inteligente, adentrándome en una parte del cerebro conocida como la parte oscura, a partir de la cual, la vuelta de regreso a la zona de inteligencia se hace cada vez más complicada.  
Antes la inteligencia estaba repartida. El maestro te decía quiénes eran los inteligentes, quiénes los brutitos, y todo funcionaba en orden. Una maestra de cuarenta años, vieja ya pa’l carajo, le decía al nene de siete tiernos y fresquecitos añitos: “¿qué tú no sabes cuántos es ciento tres por 18?” Y el nene, que se había colgado tres veces, y en verdad tenía catorce, “eso está muy complicao”. Y claro: 1 0 3 x 1 8, raya sobre raya, no hay quién lo multiplique.
La maestra, entonces, que igual tenía setenta y no se quería retirar para no quedarse sola con sus ocho gatos, “¿tú serás bruto, nene?, ¿tú no sabes que abajo PUEDEN haber más de un número?” Y te jodiste: te quedaste diciendo “pueden” y “hubimos” y “si-tuéi-chon” toda la vida. Yo por lo menos nunca fui ese nene.
Ahora todos pueden ser inteligentes, pero todos también pueden dejar de serlo. ¿Verdad Piculín? ¡Ese pasto había que sembrarlo en otro lado! 
(Continuará...)


***

Comentarios

d ha dicho que…
Da risa. Hasta carcajadas y to' (con el parrafo de 'si tuei chon').
Quiza el principio puede mejorar; los primeros dos parrafos no dan tanta risa, al principio no se entiende por donde va la cosa (?o sera que no soy tan inteligente na?)
Los otros dias lei que los seres humanos somos los unicos que tenemos sentido del humor porque para reirse hace falta inteligencia y entender las ironias, exageraciones, etc. No se si es verdad todo eso pero me parecio interesante.

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