De pronto
Coca Cola se volvió detestable, a pesar de lo bien que combinaba con el hielo y
la sed. El jugo de limón no pudo desbancarla nunca, pero sí las
recientísimas preocupaciones vegetarianas por la óptima salud de nuestros cuerpos.
¿Quién que toma La Gaseosa puede acceder a ese club?
Así pues,
resulta que la felicidad está en el comer bien. Solo que el colérico entusiasmo
del steak asado no forma parte de esa fórmula, ni el excesivo placer del
arroz chino, ni siquiera el tierno pan del hambre humilde. Mientras más costoso
y difícil de procesar el ingrediente, mejor. Vea usted: aceite de coco, porque olvídese desde ya del aceite de maíz (de toda la vida) para el pollo frito, y del aceite vegetal para los nuggets. Sigamos: leche de
almendra, ya que la de los becerritos queda para siempre entre ellos, y en fin: quinua, pues
el arroz maternal que alimentó nuestros músculos adolescente suele inflar el
estómago, por más que nuestros planos vientres (en las fotos) se empeñen en mostrar lo
contrario. Coco, almendras y quinua para ser feliz.
“No es para
eso. Es para sentirse bien”, dirán mis compañeros herbívoros. Y es cierto, se
siente uno más liviano comiendo “bien”: sobre todo harto, abastecido o
satisfecho, pero nunca “pesado”.
Mi único
reparo ante lo que considero bobadas alternativas para la gente que quiere
verse bien sin correr mucho, es que ni el cáncer ni la influenza se alejan con
las yerbas y hojarascas de sus platos. Ni la vida se alarga. Ahí está, por
ejemplo, el feliz testimonio José A. Torres Pérez, quien con sus noventa y
tantos piensa bien, oye bien y vive bien aunque coma, ¡oh, dolor! su arrocito con habichuelas (sin sal) y su sopita de pollo (sin pimienta).
¿Sí ayudan
esas comidas a prevenir el cáncer? También lo hacen ciertos tratamientos y estilos
de vida no vegetarianos, como ejercitarse y licuar como se supone los carbohidratos, proteínas
y demás visitantes de la sangre. ¿Sí ayudan a prolongar la vida? Lo mismo
hacían las viandas con bacalao de nuestros abuelos fumadores de tabaco, hoy clientes de BK y KFC
(“Bi-kei” y “Kei-ef-si”) porque les da la gana (en teoría) y
porque alguien les dijo que eso de sembrar yautías y compañía no forma parte de
lo "más moderno".
Balance es
la palabra, y no ese maniqueísmo simplón del bien y el mal comer. Un día un
egg-roll y otro día, por qué no, una ensaladita de granos con un poco de zumito
de limón.
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