Ir al contenido principal

La manzana en el fondo del mar

Voy a morder una manzana azul.

Había pasado más de una semana sobre aquella mesa de la cocina.

No se supone que la coma.

No sabía cómo había llegado hasta allí.

Pero vi su forma apetecible y quise comerla, sin saber sus nutrientes, y sin haber probado jamás sus calorías.

Los ojos de Alicia, un poco me dejaron ver que algún tiempo había transcurrido.

Sin embargo, Alicia había comido hacía poco. Aquella hambre, aquel deseo, eran exclusivamente míos.

No eran las manzanas sus frutas predilectas. Lo eran, sin embargo, los mangoes, las papayas y las piñas erizadas.

¡Ah, qué hambre la suya! ¡Ah, qué calor!

No tuvo más remedio que desgarrar aquella vestimenta que apretada, envolvía su cuerpo; era la desnudez, su respuesta. Y así se abalanzó sobre aquella ensalada de sabores.

“Aquella hambre, aquel deseo, eran exclusivamente míos”, se dijo Alicia. “Voy a morder una manzana azul.”

“¡Jamás!”, pensó el hada justiciera, custodia de Alicia.

Pero el azul le entró por los ojos y por las ventanas, y hasta por el pensamiento. No era posible que pasara imagen y quedara intacta de aquel azul añil. Ni siquiera su sonrisa quedó exenta. Hasta su risa era azul.

“Estoy bajo el mar”, pensó asustada.

Y se abalanzó sobre ella una mantarraya que inundó de color todo el espacio que ocupaba la manzana verde.

“¡Estas criaturas!”, se dijo el hada, sin haber pronunciado nunca una palabra. Tanto color, en sus palabras, hubiese resultado en vano, de todos modos. Sobre todo, por la ausencia de esos seres de lo profundo de los mares.

Cuán equivocada estaba. En la profundidad de los mares habitaba el silencio creador de todas las ideas, incluyendo aquella que conformaba y transformaba este cuento en un líquido espejismo.

***


(Cuento escrito en alternancia: la primera oración fue escrita por J. Rodríguez, la segunda por Haddys Torres, y así también con los breves párrafos.)

Comentarios

Entradas populares de este blog

Sempiternus

Fui a la playa a contemplar la arena: semillas de aquella piedra con la que tallé tu nombre, Carmen Haddys. Antes de la forja y la ponderación de la perla. Antes de la domesticación de los océanos. Fui a buscarte, mi amor, porque estás hecha de mar y transparencia.

Freddy Acevedo Molina, "Teatro Vulgar" y casi todos los orgasmos que usted quiera

1.       Freddy Acevedo representa en su teatro lo que él quiere ; no lo que el público quiere, ni muchísimo menos, lo que el crítico quiere. Su teatro es modelo ejemplar de libertad; de voluntad domesticada a fuerza de imágenes requete-entramadas coherentemente, unas sobre otras.   2.       Su teatro es una especie de espontaneidad pensada.   3.       Y de la libertad con que lo escribe es que saca Freddy la alegría para (re)presentarnos en escena sus largas, flacas y peludas extremidades.      4.       Cuatro obras componen Teatro Vulgar : “Las sombras desenchufan”, “Cráneo azul in the Yellow House”, "Clue" y "El sex tape de Milo y Olivia".   5.       Se trata (el libro) de una auto-publicación facilitada por la compañía-editorial Trafford Publishing, que ha tirado en este caso un libro de esos blanditos, que se pu...

Lourdes Torres Camacho, In memoriam

L.T.C., febrero 1954- abril 2010 Ha muerto Lourdes Torres Camacho. Muere como amiga, hija, mujer trabajadora. A los 56 años. Muere con pocas cosas valiosas, aunque más que suficientes para una humildad tan sobria como la suya. “Humildad sobria” digo, a pesar de que ella fue consumida por una rabia que podríamos catalogar de extraordinaria. “La rabia de días y flores”, como dice la canción famosa, a pesar de que ella no aspiraba ni a la explosión ni a la fama, ni al empujón ni al dinero, sino, mire usted qué sencillo, a la vida. Nadie quería vivir tanto como ella, que se moría con orgullo, resistiendo las ganas de insultar a la muerte de frente, con un grito de locura o un beso en el centro de la sangre, de repente. No tenía miedo. Como dije, solo rabiaba por vivir, pero se murió. Yo no pude despedirme de ella como quería, aunque creo que siempre le dejé saber que la respetaba. El martes, cuando estuve con ella a solas, en su habitación de hospital, supe también que era hermosa. Pienso...