Cuando viajamos a Patillas y nos topamos de frente con
el golpe de luz y agua que nos sale al paso, el esplendor de esa geografía
silvestre, cuya historia ha sido escrita con pinceles de guajana o manchas de
café cola’o, es un brillo que nos ciega por un instante y nos impide ver el
pasado institucional del municipio.
Esto, a pesar de alguna que otra escultura
simpatizante, la presencia, por supuesto, del templo católico, la agradable
plaza de recreo municipal y otras señas oficiales.
Al llegar a Patillas, queridos amigos, nos topamos con
un lago enorme bajo cuya hermosa superficie azul verdosa dormitó por algún
tiempo un triste ahogado, a quien debemos rescatar del olvido tanto como a
aquellos que perecieron anegados por el Mar Caribe patillense, cómplice
preferido del rabioso acantilado de Mala Pascua.
De un lado está este mar enconado, que se tranquiliza
por temporadas extensas, solo para tomarse su tiempo en concebir y cuajar las
gigantescas tormentas que posteriormente nos lanza desde el horizonte, con la
furia endemoniada de sus vientos milenarios. De un lado está este mar tuerce
destinos, y del otro la grandeza de las montañas, todas las cuales compiten, en
igualdad de proporciones, por ser dueñas exclusivas de todas las vistas
panorámicas de la región. De modo que si desde el barrio Marín Alto se divisan
incluso a simple viste los manglares que protegen el litoral costero de
Salinas, desde lo alto del Real se accede a la Ruta Panorámica Luis Muñoz
Marín, que nuestro Estado Libre Asociado
(eso dicen) trazó por lo alto de las crestas de la Cordillera Central.
En realidad desde el Real se contempla el horizonte
caribeño que circunvala a Patillas. Se trata del infinito contemplado desde una
esquina del cielo.
Los valles del municipio fueron intervenidos
sucesivamente por diversos capitales incapaces al parecer de crear una
infraestructura duradera capaz de hacerle frente a las manchas de
urbanizaciones recientes que desarticulan aceleradamente las posibilidades de un
espacio integral, ecológico, social, alternativamente urbano.
Más que un dato en particular, lo que sorprende de la
investigación lúcida de Jorgito (quiero decir, del escrito, de la investigación
plasmada en el escrito de este pequeño gran maestro que es Jorge Nieves), lo
más que sorprende es la evidencia de que el pasado de Patillas no está
difuminado en el olvido, sino vivo y presente, existente como he dicho en otros
apuntes, tras las ramas de los cafetos, en un suelo todavía oloroso a barro
fértil sobre el cual un mal entendido desarrollismo se ha superpuesto.
Si bien no puede decirse que Patillas o la región
sureste del país sea un área predominantemente urbana, está claro que la
irrupción del automóvil, acompañado en su momento de emblemáticas compañías
como la Sun Oil, de Yabucoa; la General Electric, o las propias instalaciones
de la Autoridad de Energía Eléctrica en Salinas, han enterrado estando vivas
las manifestaciones de un pasado tan reciente que aún queda evidenciado, por
ejemplo, en el fervor religioso de corte localista, en ciertas fincas
particulares que a pesar del abandono conservan rastros de una centenaria
tradición agrícola (como las mencionadas en el libro), y ciertamente, en la
geografía inalterada de sus barrios, donde todavía se parrandea al son de
cuatro y guitarra, y se compra a precio injustifi-ivamente alto, en el
colmado heredero de las antiguas pulperías, el café que hasta hace poco nos
rodaba por los pies.
(Fotos de la primera presentación del libro, miércoles 10 de junio de 2015, Libros AC, Santurce, P.R. En la mesa, de izquiera a derecha, Jorge Rodríguez, editor del libro; Jorge Nieves Rivera, autor; Dr. Jalil Sued Badillo, prologuista del libro, egregio historiador y orgulloso patillense.)
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