Si trabajo mucho y gano poco, quiero aprender a sonreír. Si hoy es
lunes, también. Si me encanta caminar (con el sentido íntegro que tiene la
palabra “encantar”: deleitarse mezclando vida e irrealidad), pero de todos modos, no me queda más remedio que utilizar
el tren, pues entonces, ciertamente debo aprender a sonreír.
Yo lo sospechaba: sonreír era parte de esa salud emocional que nos nutre
también la corriente sanguínea de nuestras vidas. Juan Carlos Torres demuestra,
con sencilla exquisitez, con libertad humilde y con su corazón tranquilo, pero
abierto, que no solo hace falta reír, sino ser libre, en el sentido en que más
se compromete esa transparente libertad.
No
como artista gráfico, sino como cantante cotidiano aparece ante nosotros esta
vez. Con la voz menos dura que Andrea Bocelli, pero mucho más pura que la mía.
¿Por qué en inglés? ¿Por
qué, nada menos, que “Three Little Birds”, que era lo que yo cantaba cuando joven?
Obviamente, el género y
el autor (reggae, Bob Marley) dulcificaron de manera indirecta su campaña en
favor de la sonrisa y la chispa con que se supone que prendamos nuestras ganas
de vivir. Esa chispa que no sabemos bien lo que es, pero que siempre nos
fulmina con su dulce luz.
Juan Carlos Torres —mi
amigo el artista, no el cantor, ni el que se viste con gabanes o es urbano,
sino ese siempre muchacho a pesar de sus decenas de años y sus hijos—, ese Juan
Carlos fue el que cantó frente a todos, para todos y por todos, nada menos que
en el Tren Urbano.
¿Por qué no en Guavate,
de donde viene? Pues, porque hay que cantar precisamente donde no todos los
días cantamos. Para él y su familia: ¡Un aplauso!
https://www.facebook.com/PRsonrie
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