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Freddy Acevedo Molina, "Teatro Vulgar" y casi todos los orgasmos que usted quiera

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1.      Freddy Acevedo representa en su teatro lo que él quiere; no lo que el público quiere, ni muchísimo menos, lo que el crítico quiere. Su teatro es modelo ejemplar de libertad; de voluntad domesticada a fuerza de imágenes requete-entramadas coherentemente, unas sobre otras.
 
2.      Su teatro es una especie de espontaneidad pensada.
 
3.      Y de la libertad con que lo escribe es que saca Freddy la alegría para (re)presentarnos en escena sus largas, flacas y peludas extremidades.  
 
4.      Cuatro obras componen Teatro Vulgar: “Las sombras desenchufan”, “Cráneo azul in the Yellow House”, "Clue" y "El sex tape de Milo y Olivia".
 
5.      Se trata (el libro) de una auto-publicación facilitada por la compañía-editorial Trafford Publishing, que ha tirado en este caso un libro de esos blanditos, que se pueden leer para la izquierda si es que uno está recostado en algo o alguien, sobre la derecha (o viceversa).
 
6.      Teatro Vulgar es un libro de portadas negras, como las greñas y los vellos ‘públicos’ de Freddy; y labioso como la carátula misma del mismo, que, además de proponernos con exagerada cortesía un rictus de disgusto, nos da un aviso: “Teatro Vulgar”. Como si Acevedo nos anunciara un clásico PG-13; esta vez, no apto para conformistas.
 
7.      (Yo quisiera hablar como si de mí se tratara la cosa y decir, qué sé yo, que Freddy me regaló su libro hace unos meses; y que si me tardé en leerlo fue porque a pesar de lo blandito que es el mismo, y lo interesante que es su autor, yo le tuve miedo desde siempre a “leer teatro”; es decir, desde que me enteré de lo mucho que escribieron Don Lope de Vega, y Calderón. Pero en fin…)    
 
8.      Ahí está Freddy y su libro para desmentir todo eso de que el teatro no debe leerse, sino verse.
 
9.      A mí me parece incluso que esta aportación de Teatro Vulgar (la de permitir la lectura del libro como texto literario) es al menos tan polémica como la pretendida vulgaridad del mismo. Sobre todo por el tratamiento literario que Freddy Acevedo da a las acotaciones de los textos dramáticos, a través de las cuales aparece un personaje inesperado en el libro.
 
Ese personaje es el Narrador-Acotador, quien no es ni la persona ni el autor Freddy Acevedo Molina, así como tampoco uno de los personajes de la trama; sino un alguien intermedio e intermediario entre el lector y dichos textos. (Ya que no, entre el público y la escenificación).
 
10.  Yo abro un libro de semiótica del teatro y leo: En el proceso de lectura, insuficiente en el teatro, la situación de enunciación se da en las didascalias, y el lector tiene que imaginarse esas condiciones de enunciación, como lo hace en la novela.
 
Fernando de Toro (autor de ese libro que abro) me convence de lo obvio: ningún lector de una obra teatral va a conocer la calidad específica de la enunciación con la que se ha producido una enunciado, a no ser que pague la taquilla y la vea.
 
11.  Yo tampoco quiero convencer a nadie de lo que no se puede ver a simple vista: Freddy ha escrito sus obras para ser representadas, y los textos de Teatro Vulgar no nos dan ni la mitad de toda la hilaridad que provocan sus obras en escena. (A parte de que lamento no haber visto a Olivia exigiéndole orgasmos a Milo en la susodicha.)   
 
12.  Una vez más: me ha tocado “leer” y no “ver” obras teatrales.  En el caso de este libro, me lo he leído con el gusto pausado y atento con que suelo leer cuentos y novelas, para no tener que volver a repasarlos de aquí a uno o cuatro años, cuando alguien me pregunte por las tramas o pasajes de los mismos y yo, de no hacerlo de ese modo, ni me acuerde.  
 
13.  Semióticas de teatro aparte, me pregunto: ¿teatro vulgar, escatológico, obsceno o pornográfico? Si escojo la vulgaridad, habría que aclarar que en esta antología “acevediana”, excelentemente editada, la vulgaridad se confunde con los modales. Podríamos decir que es el reverso de los buenos modales, solo que los malos modales de los personajes no ofenden a nadie en escena, ya que todos y cada uno de ellos va perfumado con el pedorrero olor de lo vulgar, del que liban como abejorros embriagados con el aroma de una flor hediondamente placentera.
 
14.  Esa flor hedionda que es lo vulgar, también es una vulva esquiva, para el Profesor Plum, en “Clue”; una concupiscencia inculta, para Cindy, en “Cráneo azul”; una homosexualidad torcida, para Heleno, en “El ‘sex tape’ de Milo y Olivia”; y un profundo y literalmente, anal sentimiento de soledad, para La Abuela, en “Las sombras desenchufan”. La vulgaridad es tal vez en Teatro Vulgar, el reverso de los buenos modales, pero no de los buenos sentimientos. O de los sentimientos, a secas. Aquí, repito, no hay antagonismos: no hay buenos porque no hay malos. O viceversa. Como le dice el Sr. Boddy al Detective, cuando éste pretende continuar con una historia que el primero daba por acabada: ¡posmoderno!
 
15.  Y así, la vulgaridad de este Teatro (me parece) no es de unos personajes respecto a otros, sino de todos éstos respecto al público. El cual es sin duda otro de los grandes protagonistas de este libro. Más allá del lector, al que no se le deja de atender en ninguna de las páginas de esta fascinante y “posmoderna” antología, el público es parte interactiva y por tanto esencial, de al menos 3 de las 4 piezas que la constituyen, destacándose sobre todo en “Clue”, cuyo título no se salva de las miles de aclaraciones que transitan por el libro, y que por tanto posee un subtítulo ‘incómodamente esclarecedor’: “Clue, una obra de teatro”.  
 
Si en el clásico juego de mesa, el participante (y el público consumidor de Hasbro) tiene que descifrar quién ha sido el asesino de “Juan Cadvery”, en esta nueva versión dramatizada de lo que Wikipedia traduce como “Cluedo”, el público espectador está destinado durante gran parte de la representación, a lo mismo: a ir descartando lugares, armas y asesinos hasta dar con aquellos que protagonizaron la muerte del simpático y menos vulgar que otros, Sr. Boddy.
 
Esta obra es la más larga y la de mayores pretensiones teatrales, y en ella el público es el centro del argumento. No se puede representar “Clue” sin público, porque el Sr. Boddy no tendría interlocutor, a partir del Segundo acto, y desaparecería. Además, es una persona del público quien escoge (sin mirar) las 3 cartas inaugurales del juego, que guardan el secreto sobre el asesino.
 
Incluso el Detective, quien le usurpa al público la función de acusar al asesino, trabaja atado a éste. Este personaje aparece en el tercer y último acto, para usurparle al público la necesidad de acusar, establecida por las reglas originales del juego de mesa. Al tomarse esa libertad de usurpación, hace que personajes y espectadores compartan el mismo discurso dramático. Por eso afirma, cuando es cuestionado por el Sr. Boddy al respecto, que las personas del público “han venido aquí esta noche dispuestas a ser engañadas. Así que creo que es justo compartir el engaño.” Los actores participan del engaño, pues no saben (en escena) cuál de ellos es el asesino. Pero los personajes son ya, de por sí, simulaciones de la realidad: engaños. Y el público será engañado, porque participa de un juego que lo requiere sin que él lo supiera; y en ese juego dramático no siempre posee la certeza de que va descifrando correctamente los sucesivos acontecimientos del mismo. El público está atrapado entre la función de* Detective (destinado, hasta que éste llega, a identificar a un solo personaje: el asesino) y la de espectador activo (destinado a “conocerlos” como personajes, a todos).
 
Constituido personaje, el público cobra una importancia primordial, y al menos a mi parecer, es este el valor máximo que posee esta obra, ya que cuando considero su contenido, cuando me detengo en eso de ** que hablan con excentricidad vulgar los personajes, reconozco que la gran mayoría de las líneas está escrita para hablar de la obra misma, en una auto-referencialidad exponencial y alucinante. Nada fuera de “Clue” parecería existir, y acaso es lógico que así sea, pues, como todo juego, tiene sus reglas internas más allá de las cuales se desvanece precisamente esa lógica en que se funda la acción del Sr. Boddy y demás huéspedes de su mansión. 
 
16.  Mejor vayámonos flotando por el río del lenguaje con esa otra palabra, “lógica”, y lleguemos al “‘Sex tape’ de Milo y Olivia”. Tal vez la más coherente, hablando en términos lingüísticos, y me explico: la comunicación entre Milo y Olivia retrata con bastante verosimilitud la que emplearía cualquier otro matrimonio que, como ellos, sean “bachilleres desempleados”, más o menos recién graduados de la universidad, acostumbrados a una liberalidad totalmente asimilada (y acaso descubierta en las aulas).
 
17.  Las 4 obras de este libro no han sido escritas para cualquier público. No han sido escritas para “vulgares” (y espero que esas comillas me defiendan), del mismo modo en que Sofía, obra premiada en 2011 como la mejor obra teatral del certamen que auspició el Instituto de Cultura Puertorriqueña (y que no figura en el libro), fue inspirada por una población relacionada a ciertas peripecias académicas del recinto universitario de Río Piedras, y es a dicha población a quien “down here” in Puerto Rico, se le dedica la obra.
 
18.  No quiero decir que un uruguayo no pueda leer ésta o cualquiera de las otras obras de Acevedo Molina. Pero casi. Acaso las situaciones de Sofía (para no perderla de vista) puedan aplicarse a otros recintos de otras universidades dentro y fuera de esta Isla.
 
19.  El triunfo de la obra “acevediana”, el gran logro de este a quien ufano, honrosamente, llamo mi amigo, es haber hecho una mezcla perfecta de “urbanidad”, “civilidad” e “incultura”; ‘decencia implícita’ y (aquí voy) ‘socarronería explícita’; exégesis y profanidad; moralismo individual e inmoralidad colectiva; o viceversa: íntimo hedor y fragancia generalizada.
 
20.  No sólo Freddy “Hace Vedo”, es decir: veta o veda al lector mojigato desde el aviso mismo que da a manera de título de su libro, sino que a esos otros lectores “atrevidos”, “posmodernos”, “contemporáneos” o (en una itálica) actuales, que deciden asistir a la representación o lectura de sus obras teatrales, Freddy les impone unas técnicas teatrales y unos argumentos tan inusitados que parece *** cuestión de puros iniciados apreciarlas con el pulso en su sitio , y la vagina, y el estomago, y el falo.
 
21.  La dificultad aparente de las obras de Freddy reside precisamente en que han sido redactadas por un eximio humanista que, contra todos los dictámenes sociales, ha decidido crear literatura de la buena entrando por la puerta de salida: jodiendo la pita, interrogando con suma sublimación heterodoxa las propias razones del Sistema.
 
22.  El gran logro de quien hace-vedo al mojigato es precisamente esta “heteroglosia” (multiplicidad de voces, o mezcla múltiple de voces), que hace de sus representaciones una experiencia mucho más placentera de la que les toca a los que viajan a Disney con poca arena en los bolsillos, o los que secan al sol sus esperanzas en días mojados por la luna.
 
23.  ¿Vulgar o vulgarizado? ¿Vulgar o vulgarizante? ¿Vulgar o popular? ¿Vulgarizado u obsceno? ¿Pornográfico o vulgar? Son muchos los escritores que quisiéramos Ya quisieran muchos escritores (como yo), escribir como Freddy: con esa manera decidida que tiene él de probar que el ser humano, desde la “A” de “ángel” hasta la “Z” de “zafio”, es un ser asediado por la conformidad, la lujuria, la ensordecedora inmediatez y lo fácil.
 
Yo que escribo sobre amores tensados, y Freddy que escribe sobre amores dispersados, extintos. Yo que hablo de lunas en vez de aves, y Freddy que habla de chochas sin tener que consultarme. Pero bueno, la plática es larga y el poco tiempo, perecedero...

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