Usted
es la portavoz de la independencia puertorriqueña. Según usted misma. No le
escribo para ofenderla, pero cuanto usted sabe, conoce, recorre o percibe, es
exactamente lo mismo que una persona educada como yo, como mi esposa, como mi
hermano, recorren. Todos ellos, acaso, le dieron a usted sendos votos. Yo no.
Yo voté por otra mujer igual de libre, igual de trabajadora, igual de
comprometida, igual (o más) valiente, a la que usted miró tan, pero tan y
tan y tan mal en esos televisivos debates en los que -al fin- se proyectó alguna
cámara sobre alguien que no utilizó los fondos electorales por los que usted, Licenciada, tanto se inclina.
No hay marcha atrás: la cantidad de
votos que usted necesita para alcanzar a mi candidata (puesto que de los votos
para liberar al país ya ni se diga) se va a multiplicar una vez se calibre,
pondere o justiprecie el gran error nacional que hemos cometido (por lo bajo) al habernos decantado por Ricardo,
Ricky, Riquito, Roselló. Este último es, ciertamente, una persona que no tiene el honor de besarle a usted
ni los tobillos, pero goza del voto abigarrado de la conciencia de miles y
miles de personas a las que usted sencillamente desprecia, amparada en la falsa
promesa de la Independencia.
¿A ver, cuándo alcanzaremos la susodicha? Estadidad.
Independencia. Dos mitos en medio de la quiebra nacional, Licenciada. La
próxima vez que vaya a soñar en grande, le sugiero que cuente con la insatisfecha multitud.
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