“Caculitos”, de Jorge Luis Rodríguez Ruiz, y la densidad
estética del poema infantil
Luisa Liz Canito
Durante la apacible noche de ayer, Ciudad de A
concluyó por todo lo alto sus deberes como anfitriona del primer Festival Imaginario
para la Lectura, presentando en la clausura del evento al extrovertido aunque sencillo
escritor puertorriqueño Jorge Luis Rodríguez Ruiz: figura cimera de la llamada Generación Migrante (por su paso del papel a la imagen virtual).
Un panel de jovencísimas letras —Roca Druiz, niño novelista; Juancarlos Contra, amado poeta; Nevo Nené, escritor africano; así como las escritoras Franca Melita, Julia Demiurgo y la infante Isabel Fustán— celebró desde diversas perspectivas el reciente giro que ha dado Rodríguez hacia la literatura infantil, a partir de un texto fundacional: “Caculitos”, poema ubicado en los albores de este siglo.
Ni caculitos,
Ni iguanas de
palo me pican.
Ya veré
después:
Mientras más
me acerque a ese bosque.
Ya veré
después, san Andrés.
Por ahora hay
que confiar.
Por ahora,
afirmar:
Ni caculitos
Ni iguanas de
palo me pican.
“Me cagué de la risa al leerlo” —afirmó un feliz Roca Druiz,
para añadir de inmediato una acusación poco refutable—: “Parece haberlo escrito
en dos minutos. Ese tipo de chapucería no se había visto desde los tiempos de Paco
Martell”. A pesar de estas duras palabras, el autor de Sin palabras ya había asegurado al público, al principio de su
breve ponencia, que todo se trataría de un encomioso roast (figuradamente: “rostizar” a alguien).
La verdad es que no fueron
ponencias, sino micro ponencias, pues ninguna superó los tres minutos. Durante la
suya, Nevo Nené se expresó, tanto conciliador, como complicado, al intentar
establecer, con su habitual parsimonia, la relación entre el poema de Rodríguez
y su pretendida admiración por Diego
Denis:
“El aburrido ataque dirigido a la novela de Cabiya,
que Jorge publicó en su blog hace unos años, se presenta aquí a través de la
alusión a san Andrés. Lo cierto es que no sé bien por qué lo digo. Pero me
parece intuir una comparación (efectuada por Rodríguez, claro está) entre dicho
escritor y el gran patriarca de Betsaida, quisto soberanamente por la iglesia
católica.”
Por su parte, las niñas escritoras impugnaron la
violencia solapada tras las formas propias del imaginario infantil —como la
estrofa acoplada, los diminutivos o la animalización de las
caricaturas/personajes. Tal, el caso de Melita. La gratuidad del ambiguo verbo
“picar”, que aproxima fácilmente saurios y artrópodos fue comentada por
Demiurgo. Finalmente, la infante Isabel Fustán no resistió el suave arrullo de
la brisa caribeña y se quedó dormida, con las manos apoyadas en la mesa de los
panelistas.
Cuando los ujieres recogieron sus papeles, a punto de perderse
en el viento, nos mostraron a todos su contenido. Se trataba solamente de seis
dibujos a crayola (alguno de ellos sin completar): una pica medieval, la cabeza
de una iguana, un grupo de árboles simulando un bosque, un reloj de arena, dos
labios simulando una boca y un caculito rosado.
El primero en apropiarse de ellos fue Rodríguez, a
pesar de la consternación que le causó enterarse de que Fustán, lectora voraz desde
el año y medio, se presentó en el Festival sin compañía. Cuando le preguntamos
por los motivos que propiciaron su giro hacia la escritura infantil, se limitó
a contestarnos con inusitada ramplonería:
—No dejan de salírseles
a las mujeres por la barriga...
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