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Simpleza de elocución en el gran cierre del Festival Imaginario para la Lectura:



“Caculitos”, de Jorge Luis Rodríguez Ruiz, y la densidad estética del poema infantil 

 Ciudad de A, Caribe Oriental. Lunes, 30 de noviembre de 2046.

Luisa Liz Canito

 

Durante la apacible noche de ayer, Ciudad de A concluyó por todo lo alto sus deberes como anfitriona del primer Festival Imaginario para la Lectura, presentando en la clausura del evento al extrovertido aunque sencillo escritor puertorriqueño Jorge Luis Rodríguez Ruiz: figura cimera de la llamada Generación Migrante (por su paso del papel a la imagen virtual).   

Un panel de jovencísimas letras —Roca Druiz, niño novelista; Juancarlos Contra, amado poeta; Nevo Nené, escritor africano; así como las escritoras Franca Melita, Julia Demiurgo y la infante Isabel Fustán— celebró desde diversas perspectivas el reciente giro que ha dado Rodríguez hacia la literatura infantil, a partir de un texto fundacional: “Caculitos”, poema ubicado en los albores de este siglo.

Ni caculitos,

Ni iguanas de palo me pican.

Ya veré después:

Mientras más me acerque a ese bosque.

Ya veré después, san Andrés.

Por ahora hay que confiar.

Por ahora, afirmar:

Ni caculitos

Ni iguanas de palo me pican.

 

“Me cagué de la risa al leerlo” —afirmó un feliz Roca Druiz, para añadir de inmediato una acusación poco refutable—: “Parece haberlo escrito en dos minutos. Ese tipo de chapucería no se había visto desde los tiempos de Paco Martell”. A pesar de estas duras palabras, el autor de Sin palabras ya había asegurado al público, al principio de su breve ponencia, que todo se trataría de un encomioso roast (figuradamente: “rostizar” a alguien).

            La verdad es que no fueron ponencias, sino micro ponencias, pues ninguna superó los tres minutos. Durante la suya, Nevo Nené se expresó, tanto conciliador, como complicado, al intentar establecer, con su habitual parsimonia, la relación entre el poema de Rodríguez y su pretendida admiración por Diego Denis:

“El aburrido ataque dirigido a la novela de Cabiya, que Jorge publicó en su blog hace unos años, se presenta aquí a través de la alusión a san Andrés. Lo cierto es que no sé bien por qué lo digo. Pero me parece intuir una comparación (efectuada por Rodríguez, claro está) entre dicho escritor y el gran patriarca de Betsaida, quisto soberanamente por la iglesia católica.”

Por su parte, las niñas escritoras impugnaron la violencia solapada tras las formas propias del imaginario infantil —como la estrofa acoplada, los diminutivos o la animalización de las caricaturas/personajes. Tal, el caso de Melita. La gratuidad del ambiguo verbo “picar”, que aproxima fácilmente saurios y artrópodos fue comentada por Demiurgo. Finalmente, la infante Isabel Fustán no resistió el suave arrullo de la brisa caribeña y se quedó dormida, con las manos apoyadas en la mesa de los panelistas.

Cuando los ujieres recogieron sus papeles, a punto de perderse en el viento, nos mostraron a todos su contenido. Se trataba solamente de seis dibujos a crayola (alguno de ellos sin completar): una pica medieval, la cabeza de una iguana, un grupo de árboles simulando un bosque, un reloj de arena, dos labios simulando una boca y un caculito rosado.

El primero en apropiarse de ellos fue Rodríguez, a pesar de la consternación que le causó enterarse de que Fustán, lectora voraz desde el año y medio, se presentó en el Festival sin compañía. Cuando le preguntamos por los motivos que propiciaron su giro hacia la escritura infantil, se limitó a contestarnos con inusitada ramplonería:

—No dejan de salírseles a las mujeres por la barriga...

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