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Las manos al fuego por Alei

 



Un roast a Miguel Alejandro Ramos Lorenzo

Alei es un chico humilde… Me corrijo: Alei es chico (mide unos cinco pies flat) y humilde.

Lo único grande que tiene, además de la deuda con Sallie Mae, es algo que no puede andar mostrándole a todo el mundo, por más que él se sienta orgulloso de eso que le llega vía herencia africana. Me refiero, por supuesto, a su amor por la música y la rumba.

Se llama Alejandro, pero muchos lo recuerdan por su tocayo y padre: Miguel Ramos, al que se le parece bastante en algunas de las grandezas mencionadas.

Don Miguel lo trata con respeto, porque Alei ya no es un pequeñín. De hecho, Alei tiene de joven lo que tiene de cagüeño: el origen lejano, pues allá para el último cuarto del siglo XX nació en la Ciudad Criolla, un bonito día de primavera.

Vivió en una casa llena de libros y revistas (la Biblia, el Atlas Mundial, las colecciones de revistas Time y Luz) hasta los doce años.

A esa edad, sus padres lo llevaron al bosque para que practicara las coreografías de Menudo sin que nadie lo observara, pero al llegar a ese mágico lugar, Alei prefirió entrar en contacto con la madre tierra de inmediato. Por eso se mantuvo desaseado, sin pisar una ducha o bañera, mucho tiempo.

Hasta el día en que se universalizó por completo, comprendiendo que el agua gélida de Guavate era igual de inclemente a la de Siberia, o bien, los polos del planeta.  

Cumplidos los dieciocho, Alei se dio su primer baño y comenzó a trabajar. Primero en Baskin Robbins, luego en Craftmatic y Shandi’s Health Food Store… hasta que la competencia de la Sauna Privada (para la cual llegó a trabajar su papá) copó la demanda del mercado.

Matemático, bailarín, pintor, poeta, actor y estudiante de ajedrez, Alei recorre con confianza todas esas disciplinas, guiado, sobre todo, por el entusiasmo honesto. Yo no le añado más a este “rostizado” porque Alei es capaz de ripostarme con uno mejor y yo, con mi cuero viejo, me puedo quemar de un chispazo. Además, la cuartilla se está acabando, él no me ha dado permiso de publicación y nadie quiere abusar. 

J. R.

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