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Thanksgiving delay

Hace una semana fui a Maunabo y, de camino, paré en casa de Fifi. Que ahora vive en Ohio con algunas hermanas que antes también vivían ahí: de camino.

Creo que en algún momento apareció, en el discurso que llevábamos, el concepto “calidad de vida”. Y aunque el día era hermoso, el “concepto calidad de vida” y Ohio contrastaban con la luz verde de la tarde. Sobre todo porque yo tengo una foto en un libro que es de Idaho, y yo no he ido a ninguno de los dos estados, pero ambos están ahí: entre mis cosas.

Kiti, la hermana de Fifi, lleva como siete años en Ohio. Eroll, mi amigo, más o menos los mismos años lleva en Nueva York. Para donde se va a mudar la hija de mi compañera en enero, porque allá vive el muchacho con el que se va a casar. Por allá viven también: abuela, tía Jenny, tío Juan, tía Iris y tío Yoíto.

Y abuelo, que ese día del que voy haciendo un recuento personal, se moría en la cocina de su apartamento del Bronx. Se moría y se murió, nadie sabe de qué, porque murió solo, y aunque le hagan cuatro autopsias, nadie estuvo allí para saber de qué morían sus palabras. Si de falta de amor, o de exceso.

Por mi parte, yo estaba en la casa de Fifi y de Kiti y de Ota, mientras mi abuelo se moría y yo no lo sabía, ni podía ir corriendo hasta allí, hasta su casa del Bronx, para escuchar sus palabras.

Y cuando me fui de la casa, sin haber visto nunca a Mama (que no llegó, porque estaba en casa de otra hermana: Samo), llegué a la mía, que está casi al lado. Y bueno, ahí comí el tradicional pavo, traído por barco a Puerto Rico hace poco más de un siglo. Yo no había comido en todo el día, y eran las tres de la tarde. Le había dicho que no a Doña Carmen, mi suegra, cuando me ofreció por la mañana. Para no ofenderla, me había traído la comida que me sirvió, y la tenía en el carro. En casa comí un pavo soso, y luego de comer me fui, vaya tono, sin despedirme de Mami ni de nadie.
Venía de Adjuntas, me encontraba de paseo por Maunabo y me había ido entonces sin despedirme de Iris ni de Marcos ni siquiera de Esteban o Abdiel: mis sobrinos niñitos.

En casa de mi suegra s
í me despedí, pero eso fue antes, por la mañana, cuando aun no me había convertido en estofado. Yo realmente me convertí en estofado más tarde, luego de haber ido a la playa, de camino para San Juan; y mucho después de haber saludado a Tania, la hermana de un amigo que yo tenía cuando era (yo) uno de los niñitos que siempre nos rodean a nosotros los adultos, pero bueno, eso sería hablar de la especie, y razones así no tendrían ya nada que ver con esa tarde.

Yo lo que quería decir únicamente era que Tania y su hermano también viven por separado en el estado de Florida, que está mucho antes de los otros cuatros estados que llevo ya mencionados y que son Ohio, New York, el estado triangular de Idaho y Maunabo, quiero decir, Puerto Rico, que se comporta como estado de la República estadounidense los jueves. Quiero decir: ese jueves especifico del año, que es el único jueves en que se come pavo celebrado al horno, con cranberrie sauce y jugo familiar de naranja.

Después de haber hablado cinco minutos con Tania sobre la calidad de vida, me fui un ratito hasta el mar, a mirar para lejos (al otro lado de esa agua quedaban las Guyanas y Venezuela), y después llegué a San Juan, a ciento veintitrés mil doscientas cuatro millas de otro lado.

Ya para entonces sí podía, y acabé de darme otros tragos, y después me fui a dormir sin escribir en este blog o hacer nada. Me podía dormir tranquilo porque no había nadie en la casa, y cuando digo nadie me refiero a mi esposa (o compañera) y a Alguien, que ahora vive con nosotros, pero que no estaba esa noche porque estaba de paseo por Nueva York, tan y tan lejos de mí, si bien muy pero que muy muy cerca de donde se moría ** Abuelo. Que ahora no se muere más.

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