Esos como yo que pierden tiempo viendo noticieros televisivos (inferiores por mucho a los radiales) habrán oído lo siguiente:
“Estudios científicos realizados en Londres evidencian que reír es beneficioso para la salud, puesto que retarda la acumulación de toxinas asociadas con el envejecimiento…”
La ciencia también ha probado (pero no con la lengua) que tanto el sexo, como el vino dosificado y el ejercicio son beneficiosos para el cuerpo (aunque no sabemos si para el alma).
Yo pregunto: ¿Por qué se le reconoce a la ciencia ese tipo de corroboración actual de lo que todo humano sabe desde (casi) siempre, y no se le reconoce al Arte? O sea: ¿por qué se le hace más caso a la ciencia que a ésta?
El hecho de que los filósofos no hayan alcanzado nunca el prestigio del científico (a los ojos del pueblo), en los últimos doscientos años, y el hecho de que para ese mismo pueblo, el escritor hoy día sea poco menos que un bufón, acaso tuvieron su explicación social. Pero hoy deben procurar perderla a toda prisa. A la misma velocidad con que la ciencia, con sandeces como la de verificar que el reír es beneficioso para el cuerpo, sigue afianzando su terreno, hasta el punto de que por ahí se aproxima, según se nos informa desde Genérika, el “genoma del poema” o una estupidez parecida.
Umberto Eco intenta mostrar en su compilación de ensayos analíticos, Obra abierta, el hecho de que la literatura y demás arte nacida en el siglo XX respondía con sus formas y estilos, temas y sugerencias, a la visión que la ciencia de entonces poseía: una visión fragmentada de la realidad, un cuestionamiento a las teorías mas sólidas sobre la configuración de la realidad, etcétera. Hay que tener cuidado en poner en primer lugar de acierto a la ciencia, en cuanto al descubrimiento de estas verdades, aun cuando ha sido la ciencia y nadie mas quien ha constatado que existen, al menos allá afuera: en eso que llamamos “la realidad”.
Hace falta acaso una nueva definición de ésta, en la que se pondere una percepción imaginativa como requisito imperante para reconocerla. (Lo que ya hecho G. Durand; pero a Durand nadie lo conoce.)
Tan importante que es el arte, tantos millones que deja, y la opinión sobre ésta que tiene el pueblo sigue siendo la misma desde siempre: el arte es para los ricos, para los excéntricos, etcétera. Milenios de historia no tienen que darle la razón; y de hecho, no lo hacen, pues no podemos olvidar que también hemos pasado por la Era del Capital.
Antes el arte y la escritura eran símbolos del poder; luego símbolos de riqueza; luego símbolos de “grandeza espiritual”. Hoy son símbolos perdidos: “perlas echadas a los cerdos”. Vaya imagen milenaria, que todavía comprendemos...
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