Todo lo que dice “no” establece una religión, con su bien y su mal. Madre Tierra es buena y ha engendrado algunas religiones modernas. El vegetarianismo, por ejemplo, con su infierno de grasas y su cielo de humus papilionáceo. Pecador, según esta religión florida, es aquel que va al templo de la cobriza deidad que los infieles llaman Bi Kei. ¡Ay de los gorditos que profesen esta fe! ¡Ay de aquellos cuyos frutos no hayan sido cultivados en lo orgánico! ¡Sus tomates crecerán sin semillas y sus vientres defecarán la inmundicia de todo lo industrial y sintético! El yoga, rutina de ejercicios semi-pasivos destinados a disciplinar la respiración y los músculos, se ha convertido en la religión de las esbeltas a las que les queda muy pero que muy bien la ropa de “Hecho a Mano” y “Marea”. Aquí, a la sagrada dieta (que ninguno de sus manuales exige), se suman la mesura en los gestos y el léxico hindú. Así, estas discípulas esforzadas queman sus inciensos y ámbares en honor de Shanti y Pranayama.
Vigilia callada bajo sueño apalabrado.