Mi madre confesó: vino a esta isla a parir, así fuera en la arena, y a
alimentar sus hijos, así fuera con pulpa de palma. La pulpa de palma no existe.
Mi madre, en cambio, confesó ante mis oídos aturdidos: así fueran cocos, con
gusto los comeríamos. No quería que nos criáramos allá.
Vigilia callada bajo sueño apalabrado.
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