Qué tiempos aquellos en los que un varón se entusiasmaba ante los atributos positivos de una dama y se permitía resaltarlos con sinceridad a través de esa vivaz expresión verbal conocida socialmente como “piropo”, cuyo principal objetivo no era ninguno, salvo elogiar alegremente el efecto estimulante de los mencionados atributos femeninos y provocarle a dicha dama, de paso, un minuto de felicidad ufana o un íntimo instante de merecido orgullo personal.
Hoy ese entusiasmo está prohibido, censurado sobre todo por las propias
mujeres. La repetición de los halagos, el número cada vez mayor de piropeadores
callejeros y la cuestionable calidad moral de muchos de ellos seguramente fueron
los causantes de tan estruendosa censura.
No le queda más remedio, pues, al
caballero entusiasta de estos días que asistir solitario a los partidos de
voleibol femenino y aplaudir desde las gradas el entalle de los cortos licras que
suelen preferir las deportistas; o si no, caminar en silencio sobre la ardiente
arena de los balnearios persiguiendo el aroma sofocante que expiden de su
epidermis las mujeres cuando se dan a la tarea de alcanzar un bronceado
caribeño, permanente y tropical.
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