Mudanza*
Me hubiera gustado decirles, que en realidad siempre fui así. Se habrían percatado si esa noche en que me amanecí moviendo el vaso de acá para allá, y en que limpié el pequeño espacio hasta hacerlo brillar, tarareando siempre la misma canción, hubieran abierto la puerta.
Si hubiesen preguntado, hubiera soltado a borbotones que tenía miedo; que no me gustaba la perfección de sus paredes. Que me sofocaba aquel espacio cuadrado que escondía mis gritos. Les hubiera pedido que volviéramos a la casa grande, a los pasillos largos, a los rincones oscuros donde el misterio tenía razón para existir.
Habría acentuado que las lozas brilladas, las sábanas tan extendidas y el olor a cemento nuevo me habían provocado recortar cientos de láminas de las revistas que guardaba en las gavetas; y que forrara la puerta del armario de un extraño collage, donde asomaban desde una mujer vestida de negro con una enorme hacha en la mano, hasta un pote de píldoras anticonceptivas que parecían salir de la mano de un pálido John Lennon.
Pero esa noche no entraron, ni nunca más. Me cercioré de que cada huella dejada al tocar el picaporte de mi puerta, fuera registrada como un acto de intromisión. Cerré la puerta y afuera, tan cerca como mi oído atento tras de ella, no hubo espacio para el espacio.
Desde entonces todo fue pequeño y reducido. Lo único grande que quedó en mí fue el recuerdo.
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