A las ocho y pico me sorprendió no ver ni una sola fila, pero dudé. Yo siempre dudo y por eso me pasan estas cosas. Mire usted la secuencia:
uno, preguntar a Información por los certificados de muerto;
dos, llenar el formulario;
tres, hacer la primera fila (para sellos);
cuatro, esperar a que Cajera revise si llené bien el formulario; y hasta ahí.
No pase de ahí, y se supone que uno no pase de ahí, porque Cajera certifica si todo va a seguir procesando día a día hasta que uno (en este caso, yo) tenga su copia de muerto, perdón, su certificado de defunción: uno para cada trámite posterior a los que había que hacer en Oficina.
uno, preguntar a Información por los certificados de muerto;
dos, llenar el formulario;
tres, hacer la primera fila (para sellos);
cuatro, esperar a que Cajera revise si llené bien el formulario; y hasta ahí.
No pase de ahí, y se supone que uno no pase de ahí, porque Cajera certifica si todo va a seguir procesando día a día hasta que uno (en este caso, yo) tenga su copia de muerto, perdón, su certificado de defunción: uno para cada trámite posterior a los que había que hacer en Oficina.
En la fila segunda, esperando a Cajera, escuche cómo comentaba un individuo sobre la lentitud del proceso y la falta de empleados, en un tono interesante entre socarrón y resignado. Al oírlo expresarse negativamente sobre Cajera, yo no dudé solamente, sino que sentí verdadero temor por eso que finalmente llegó con una fuerza nada más y nada menos que humana.
La empleada había respondido afablemente a mi saludo y yo casi pensé que me había salvado, pero no: la suerte estaba echada, y yo no era sino el cuñado de la difunta, que quién sabe qué diría si se enteraba de que era yo, y no su hermana o uno de sus padres, o uno de sus “herederos” (como decían las instrucciones del formulario),quien aspiraba a la hoja. Luego manchó el formulario de rojo (lo juro) y me dijo unas palabras que no eran estas, pero casi:
“Como dice esto aquí, que no leyó, debe ser el padre, o la madre, o la hermana… o pagar a un abogado…”
Yo dije “No jodas”, no sé si para mí o para ella, que aunque me dio los buenos días por segunda vez, nunca sonrió.
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