Ir al contenido principal

British obituary


"Casa de vino”: ¿era ese su apellido? Amy Winehouse no murió el viernes en su residencia de Londres, aparentemente de una excelente sobredosis de drogas. Murió el 18 de junio en Belgrado, por una sobredosis de confianza, descuido y, paradójicamente, temor. ¿De qué otra forma explicar esa presentación desastrosa que daba comienzo (pretendidamente reivindicativo) a su gira musical europea? ¿De qué otra forma explicarnos el despilfarro de talento de esa lamentable noche que, por lo visto, marcó el final de su carrera existencial?

Ese dieciocho de junio (sábado perfecto para ir de concierto), Amy debió haber llorado en algún momento después de su triste función. Como todos los adictos, quiso al día siguiente reivindicarse tomando la puerta de entrada al mismo laberinto: había que mostrar que era capaz de cantar dopada, que aunque su cuerpo se inclinaba a las delicias del éxtasis, su voz no dejaba de preferir el canto.

Para nosotros los escritores la lección es simple: entre obra y creador hay una separación infranqueable. Se puede ser cristiano practicante y mal músico; o un vicioso empedernido y excelente guitarrista autodidacta. Los cantantes nos divierten o no; sus canciones, cuando son buenas canciones, nos transportan a lo sublime siempre.

En el caso del escritor, la necesidad de reconocimiento (ya que no se puede la riqueza) ha tergiversado un tanto eso, aunque si usted lee con detenimiento “Las palabras del árbol” encontrará una línea en la que Paz nos recuerda lo obvio: que del propio Platón no quedan sino sus textos; es decir, que toda ejemplaridad muere con la persona; toda empatía y entusiasmo que nos transmiten “los grandes” no viene sino filtrada por sus textos y gestos, citas y acciones: el alma del Maestro siempre está más allá de nuestro alcance, al punto de que es secundaria su aprehensión. Somos lo que hacemos y decimos, nada más. Y entre palabra, alma y acción: un hiato gigantesco.

Por eso habría que ver si la disyuntiva rico vs. famoso está vigente. Que sea de nuestros libros de quien se hable, no de nosotros! El nombre propio no debería importar más allá de lo que pueda valer en tal o cual resumé. Claro que (repito) a la literatura no le gusta eso, y nada más decir “Isabel Allende” para reconocer que hay incluso gente que no ha leído sus escritos, y anda tras ella en busca de tal o cual prebenda, ¡sin saber que el beneficio ya se los ha transmitido ella cuando escribió sus prosas!

Vender muchos discos conduce a la fama, pero acaso habría que diferenciar a ésta del reconocimiento. ¿Quería Winehouse que la quisieran a ella como persona? ¿O se conformaba con la pasión de sus fans por sus canciones? Si se compara con Shakira, se podría decir que Winehouse no estuvo a la altura de sus logros obtenidos: no pudo lidiar con tanto éxito. Pero está claro que esa es solo una respuesta inicial.

Al igual que Janis Joplin, Jimmy Hendrix, Brian Jones (primer guitarrista de Las Piedras Rodantes), Jim Morrison, Kurt Cobain y, sobre todo*, Charlie Parker, la búsqueda de Amy Winehouse parece haber sido la de saber qué persiste “más allá”: más allá de la fama, la riqueza y el placer. Incluso, más allá de lo sublime y trascendental (como "El Perseguidor" preguntaba).

Se trata de una pregunta válida aunque, acaso, mal formulada. La respuesta de todos modos es también sencilla y es “nada”: más allá de todo eso no hay nada (si es que no hay todo lo opuesto: dolor, anonimato y miseria). No hay nada más allá ni tampoco más acá de todo eso.

Por eso nos vamos a morir en el camino, querida Amy, tú a los 27 y yo un poquito después, cuando acabe por completo de escribir mis diez novelas. Porque a mí siempre me ha interesado recorrer un Viaje similar al que anduviste, pero nunca sin haber concluido las frases que llevo a mitad...

Sin haberte conocido, te envío un humilde "Rest in peace".

Comentarios

Jorge Luis Rodriguez Ruiz: ha dicho que…
Por razones naturales, no recuerdo exactamente dónde fue que nos tomaron esa foto a Amy y a mí :-)

Entradas populares de este blog

Eyra Agüero Joubert

Eyra Agüero tuvo de nacimiento el enorme regalo de una patria dual. Puerto Rico la vio nacer, pero la República Dominicana le donó la sangre de sus padres. Así, hija de inmigrantes, tuvo en Puerto Rico su cuna, en Santo Domingo su familia extendida, y en el resto de Latinoamérica, una inconmensurable patria que lo mismo le contaba tradiciones folklóricas en español, que le cantaba nanas en portugués-brasileño. Entre contar y cantar trabaja Eyra, haciendo de la risa un arte (el reconfortante arte de la amabilidad), y de la voz una herramienta, o mejor, un disfraz, un elegante disfraz tras el cual esconderse, dejando solo al descubierto la hilaridad o el dramatismo de los personajes cómicos o trágicos que le toque interpretar. Pero antes de hablar de la actriz que hizo el número 5 en la lista de las 10 comediantes femeninas más queridas por el público puertorriqueño, según ha reseñado el periódico Primera Hora hace exactamente dos meses y nueve días (jueves 16 de abril

El e-mail

"Mami: Esta mañana te deposité unos chavitos en la cuenta, pa’ que veas que acá sí se puede trabajar y ganar bueno sin tener que estudiar tanto. Cómprate ropa o ponte los dientes que te partió Papi, pero no le des chavos, que tú sabes en qué se los va a gastar. Después te envío más. Estoy con prisa, te dejo. Tqm. Jay" Luego de enviar el e-mail , se quitó los guantes y la capucha, y los lanzó apresurado al interior del vehículo. Cuando terminó de rociar con carburante el auto, acomodó la laptop entre las manos de su dueño, que yacía silencioso y morado en el asiento trasero. Encendió la triste mecha. Y se marchó de inmediato, iluminado. (Cuento con el que concursé en el Certamen Mundial de Cuento Corto. Este año hubo 239 concursantes. Fui la undécima persona, de las 30 que pudieron leer su texto.)

Don José Antonio Torres Pérez, maestro de todos nosotros

  El 1 de enero de 1924 nació justo en la frontera entre la calurosa ciudad señorial de Ponce y el fr í o municipio de Adjuntas un hombre que llevaría precisamente la templanza como actitud constante ante las circunstancias diversas de la vida, José Antonio Torres Pérez. Estudiante, joven soldado, trabajador social, luego empresario diletante y siempre un egregio director escolar, Míster Torres — como mayoritariamente le llaman los adjunte ñ os —, pasó toda su corta pero intensa juventud entre las sombras y claros de la carretera 123, que él caminaba cinco veces a la semana, de la casa a la escuela y viceversa, con el entusiasmo de un atleta y la sabiduría de un pequeño sabio. Su lugar favorito era esa escuela. Allí, lo mismo que en el barrio Guaraguao donde se crio, le llamaban Toñito. Entre amigos, maestras y libros, cimentó su educación en conocimientos que aún le sirven de guía, pues no estuvieron nunca dirigidos a la simple acumulación de datos, sino a la aplicación directa en