(También titulada: "Vagalabra")
La última entrada presentada en este blog ("British obituary"; editada ayer levemente) es más bien el punto de partida para analizar, como tertulia o debate, una disyuntiva que, no por ser trivial e inconsecuente, parece dejar de portar significados rotundos asociados al quehacer escritural de nuestros días.
He * nos aquí ante Fortuna o Fama.
Solamente en el ámbito del arte, al parecer, se unen de manera tan arraigada las dos; al punto de que es casi inconcebible pensar que se puede tener una sin la otra.
Pero yo no soy ni rico ni famoso, así que: ¿con que moral hablar del tema?
En todo caso, sería bueno hacer una breve recapitulación histórica (y literaria) que pudiéramos ubicar en “El conde Lucanor”, el cual fue escrito hacia 1330 para, entre otros importantes propósitos, dejar constancia de la sabiduría de su autor, quien, a diferencia de los escritores orientales en que basó muchos de sus “enxiemplos”, quiso que su nombre figurara asociado al libro que presentaba con amor.
El Arcipreste de Hita seguía por entonces el mismo camino, firmando ufanamente su “Libro de Buen Amor” con nombre, apellido, oficio y santos; muchos de los cuales le acompañaron seguramente en su estadía en la cárcel, en cuyas cómodas recámaras tuvo que dormir varios años.
El único que realmente puso a un lado su afán de gloria (siempre gloria, nunca fortuna) fue el autor del Lazarillo, por razones calorísticas asociadas a la hoguera. Todos los demás quisieron ser “grandes” por su obra; ninguno hasta el argentino Esteban Echeverría pretendió abiertamente alguna vez la riqueza, al menos en las letras hispánicas; el caso de un Dumas “popularizador de ** literatura” y “mejor vendido” (“best-seller”), no creo que aparezca entre nosotros sino hasta el siglo XX, con un Enrique Jardiel Poncela, quien retribuyó el éxito de las muchas películas basadas en sus obras con una estruendosa bancarrota digna de los mejores momentos de Poe.
Antes de estancarme en ese siglo (el XX recién acontecido), tendría que pensar en los que escribían en la prensa para ganarse algún sueldo.
Y en José Cadalso, que invertía tanto dinero en milicias, como el que añoraba dedicar más a Gloria que a Fortuna, dedicándolo a producciones teatrales y publicaciones personales.
Un ejemplo insuperable del siglo XX fue María Luisa Bombal. Su primera novela (que, bueno, se llama La ultima niebla) dio paso a su entrada a Hollywood, a donde viajó para transfigurar la misma en guión cinematográfico. Desde entonces se dedicó a las traducciones y los escritos para cine, hasta que completó su ciclo vital de escritos, compuesto de tres novelas y siete o nueve cuentos.
Los demás (es decir: los escritores de estos últimos dos siglos) han sido (siendo ricos, famosos o pobres) afortunados: escribir es una dicha: no ser rico ni famoso, o lo contrario: escribir es igual: ala, dicha: es cribar la dicha. Escribir a niveles insospechados es cribar la dicha de noches leves y repechadas. Y muchos bebés y ríos.
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