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Sobre el "Cerco Electoral" en que pastamos, Parte 2


(Respuesta a la carta del Sr. Andrés Rúa González, publicada arriba)

Falta aún la certificación oficial de la Comisión Estatal de Elecciones. Pero todo apunta a que nuestro próximo Gobernador será Alejandro García Padilla, quien se ha caracterizado por su ambigüedad y tibieza ante asuntos medulares para nuestra Isla, como la limitación al derecho a la fianza (que él favorecía) y la Consulta de Status (que él condenaba sin mucho afán).  
Ciertamente quien gana no lo hizo por mérito propio. El terror a Fortuño movió a esos casi 16,000 electores que le dieron la victoria. Yo fui uno de ellos. Perseguido por la sombra del Gasoducto, vine corriendo desde el campo hasta San Juan para “prestarle” mi voto a García Padilla, como me desaconsejaron todos los partidos de izquierda.
El licenciado Juan Dalmau, con su carisma y constancia; el profesor Bernabe, con su lucidez enérgica; el apasionado Rogelio Figueroa, con sus utopías posmodernas; y seguramente también el licenciado Arturo Hernández, con su indiscutible buena fe… todos ellos merecían mi (y nuestros) voto(s).
Pero Luis Fortuño, no. Y yo no quería darle mi voto, es decir, ayudarlo a ganar, así que junto a unos pocos miles, pensé ayudarlo a perder. Entonces me enteré por cuenta propia que ese llamado “cerco electoral” en que al parecer pastamos agitados, se trata precisamente de eso: de ayudar a ganar o a perder. Solamente el que se abstiene no participa (a veces) de este juego feroz.
Ya lo dijo Bernabe, con poseer escaños en la Legislatura, se estaba ganando; cosa que a él no le sucedió, más que por demérito por razones naturales: nadie conmueve a más de diez mil almas en seis meses, a menos que sea Al-Qurashi. En cambio el PIP parece que tendrá legisladores, a pesar de haber perdido, por culpa de gente como yo, su franquicia. En juego de muchos, ganan demasiado pocos.
Y es importante insistir en esa guerra frontal entre los que ayudan a ganar y los que ayudan a perder, porque todos participamos de ella con nuestros votos. Los estadistas siempre han ayudado a ganar a su partido en el sentido, no perogrullesco, de que son la única colectividad que siempre se ha bastado a sí misma para ganar, sin contar con proselitismos dudosos dirigidos hacia electores realengos o de los otros partidos. (Ya sabemos que, como toda religión, el hijo de estadista acude al templo estadista.) Los estadolibristas, en cambio, se abstienen en elecciones como las de 2008, y ayudan (indirectamente; lo mismo que directamente votando por “otro”) a perder a personajes arrollados por la inquina de los estadistas, como Aníbal Acevedo Vilá.

Los independentistas se ayudan a ganar, pero dicen que no siempre. Ayudan a ganar a otro. ¡Y luego dicen los analistas que no son la verdadera fuerza electoral! De todos modos, si todos los que votaron a favor de la Independencia en la consulta de status (vista por muchisima gente como una verdadera ruta de escape a nuestro cerco) hubiesen votado por Juan Dalmau, la historia hubiese sido la que hemos conocido hace ya bastante tiempo: hubiesen quedado inscritos como la verdadera oposición al oficialismo. Las razones por las que nunca han podido capitalizar esa fuerza disidente que no cree en el sueño estadista o estadolibrista (y que es más grande que los miembros afiliados a su franquicia) son asunto de otro recital, que no de este. 
Por ahora lo que me parece más importante es reconocer que el gran reto de Alejandro García Padilla es alzarse al nivel de las exigencias históricas actuales y negociar, junto a Obama, su Congreso y nuestro Pueblo, una solución definitiva a nuestro problema colonial, hoy día, verdaderamente vergonzoso. Ya se habla de la Asamblea Cosntituyente, y no hay que esperar a que él la redescubra algún día, como si fuese idea propia, sino que hay que salir desde ya a exigírsela, sobre todo cuando la ha esgrimido como promesa de su campaña ciertamente desabrida. 
Acaso cuando llegue la hora decisiva de la ‘decisión suprema’ en torno a nuestro destino, cada cual piense en ayudar a ganar sólo a su tribu, si bien, al final de la jornada debe ganar por necesidad esa otra tribu que no tiene por qué dejar de generar también ilusiones, y que se llama Gran Inmensa Mayoría.  

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