Julio ha frotado su lámpara una vez más. El resultado, de nuevo, no ha sido el genio, sino el deseo ya cumplido. El genio había aparecido antes, a lo largo del frote placentero cargado de imágenes que él mismo se encargaba en hacerle llegar a la imaginación de Julito. Perdón: Julio. Como decir, el señor. Julio tiene treinta y dos años bien cumplidos, y si le ha dado por entretenerse a diario con su lámpara ha sido (de seguro) por su sorpresa al saber que no importa cuántas veces se le frote, ésta va a seguir echando el deseo por la boca, siempre y cuando el genio no se aburra, el frote no se haga con descoco y el propio deseo del frotador (entiéndase Juli*o) pueda transferirse a la escritura, en un número de líneas que no excedan una página...
Vigilia callada bajo sueño apalabrado.
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