Ir al contenido principal

***de la Intimidad

(Nota: esas tres estrellas significan ahí, “des” en lengua parecida al sibarita)

De todos los derechos humanos (que no de las moscas) el más intrigante me parece el derecho a la intimidad, por cuanto implica que ésta no es algo dado, ni por el “seno materno” ni por la soledad natural que también nos amamanta. La intimidad es sinónimo de ese conjunto de actividades que TAMBIEN hacemos, a espaldas de toda convención social.

Por ejemplo, el sexo. Convencionalmente todos hemos sido asignados a otro cuerpo, aun cuando eso que podamos hacer con *** otro cuerpo no ha quedado establecido. Sería interesante preguntar si la rabia de Winston Smith contra Big Brother era porque este tenia acceso a su vivienda o porque le exigía copular con su señora de cierto modo ** especifico. Toda intimidad nace del ano. Es un mecanismo que tenemos para no compartir con los otros ciertos hedores. Mi nieto, el más hermoso, se ababacha cada vez que le pregunto si hizo caca. Es que la caca apesta, me parece leer en sus ojitos. Toda intimidad es exclusiva: nada de lo que uno haga debe ser copiado por los demás. Es el anti-patrón. Es el anti-modelo. Yo que no uso papel sanitario me convenzo de todo esto.

Toda pornografía es una intimidad expuesta. De ahí que “mi señora” me haya dicho, en relación al video de Noelia: “Esto no es más que una pareja metiendo mano.” Imagina a tu padre en esos menesteres y comprenderás su punto.

Violar la intimidad: entrar en el espacio de alguien sin permiso. Incluso decir: “Fulano tiene complejo de feo y se le nota” es entrar en ese espacio. El chisme como deporte nacional apunta a eso. A entrar en los deseos de alguien sin haber sido convocado. Y desde el momento en que nos convertimos en fisgones, hurgando en la intimidad ajena, exponemos nuestra propia intimidad, hecha de deseos turbios por conocer ese otro espacio, por saber si ese otro espacio oculto, propiedad de otro, tiene características distintas al nuestro, o si esa persona ajena comparte con nosotros una intimidad parecida. Gritar en un concierto de rock es una intimidad compartida, un acto cultural; oler la lencería usada de una amiga, no. Si existiera su consentimiento entonces todo pasaría a ser ese acto cultural, como el porno, que es cultura, gústele a los sibaritas o no. De todos modos, cultura no es igual a arte.

En fin. Escribir es ser íntimo, mientras se hace arte. Escribir es tantas cosas, tantas, que llega el punto en que no puedo sino hacerme caca en los que no leen, esos carrones, ojala no los dejen entrar a la Yupi. Ojala que los dejen entrar y cuando salgan, el Registrador le diga la verdad a todo el mundo, de que no leyeron. Ojala esos ... lean este blog, aunque sea, y se me vaya la rabia que siento por ese reguero de ...

Por ultimo: ¿somos quienes somos cuando nos quedamos a solas? ¿O en ese momento solo se revelan los impulsos y deseos guardados?

Comentarios

Entradas populares de este blog

Sempiternus

Fui a la playa a contemplar la arena: semillas de aquella piedra con la que tallé tu nombre, Carmen Haddys. Antes de la forja y la ponderación de la perla. Antes de la domesticación de los océanos. Fui a buscarte, mi amor, porque estás hecha de mar y transparencia.

La razon comprometida

David Rodriguez , filosofo, no usa drogas a pesar de que lleva un lustro viviendo en Nueva York. Ahí se doctora, haciendo una revaloracion de la epistemología (filosofía del conocimiento) desde una perspectiva del lenguaje. Digo, eso creo haber sacado en claro de nuestra ultima conversación...

En torno a la historia de Patillas.

Breve reseña de: Nieves Rivera, Jorge. Agricultura, Rebelión y Devoción. Tres microhistorias del sureste de Puerto Rico . San Juan: Editorial Akelarre, 2015. La región sureste de Puerto Rico no solo cautiva nuestros sentidos cotidianos, gracias a su diversidad ecológica viva y radiante, sino que es una zona rica en historia que como toda zona histórica, se transfigura en territorio ejemplar. Las pugnas finiseculares entre el llano y la montaña, entre incondicionales y liberales, entre hacendados y peones, quedan retratadas de manera sencilla, imparcial y humana, en este maravilloso trabajo de investigación histórica. Trabajo sucinto, como el pueblo de Arroyo, y profundo, como las impresionantes fayas de la Sierra de Cayey. La huella del pasado aparece de repente entre cafetales: una clave toponímica, unas ruinas sepultadas en la hierba o un puñado de entrevistas fundamentales con esos admirables sobrevivientes del pasado que son nuestros viejos (al decir de Carlos Monsiváis)...