Once años atrás
Cuando la conocí, yo frecuentaba el sótano de la UPR y supongo que era eso que llaman “un rebelde sin causa”. Solo que en mi caso, la rebeldía no llegaba sino a socarronería, y a falta de “causas” contra las cuales rebelarme, me llené de principios ideológicos bastantes inconexos y profundamente retorcidos.
La Gorgona
Por eso fue que confundí su elegancia con la altanería; su sonrisa intempestiva con la burla; y su mirada soberana con el insostenible mirar de una Gorgona. Tal era la magnitud de la impresión que me causaba, y tales fueron los prejuicios que me colocaron en las mismísimas antípodas de la verdad.
Fue por eso también que no pude frecuentarla. Y las pocas veces que por entonces lo hice, se debieron a que ella también había enviado un poema a nuestro Código de Área.
La Dama
En realidad, cuando volví a compartir con esta Doctora en Gentileza fue cuando comencé a trabajar como tutor allí donde todavía lo hago (aunque ahora, del lado de allá del escritorio). Desde esos “últimos primeros encuentros formales” con mi Amiga, han transcurrido hace apenas cinco años. Un lustro que se ha agotado, a pesar de los pesares (o quizás, por culpa de ellos), con enorme rapidez. Como dijo un gran prócer: “Ya no hacen los días como antes.”
Quiero ser moderado y decir que solo han sido 96 Sabbat desde que la fuerza de esta Mujer, junto con su voluntad y su cariño, me llevan al trabajo los fines de semana. Si bien, han pasado al menos 288 más, desde que esta Dama de la Humildad almuerza esporádicamente conmigo; por lo general, cuando nos topamos en los salones o pasillos del Colegio, durante los fines de semana, y tenemos el tiempo o el ánimo para labores gastronómicas como oler y paladear un pernil desmenuzado o mordisquear cuidadosamente una hinchada y ardiente empanadilla de pizza.
En tales ocasiones, siempre he tenido la dicha de oírla detallar sus deberes y haberes literarios.
“Alma de pollo para la sopa” o algo así
Este sábado, por ejemplo, mientras comíamos arroz blanco y pegao mojados en el caldo vinoso de un exquisito gallus gallus, “Martica Loca” me contó que le acaban de otorgar, por segunda vez, un premio de la Academia Nuestra de la Lengua.
Yo no la felicité de este modo (creo), pero me acuerdo que quise decirle estas palabras: “Me alegro con el alma”. Lo sé porque es lo mismo que quise expresarle hace 11 meses, exactamente en julio pasado, cuando me dijo que la habían distinguido como Profesora del Año en la colación anual de grados de nuestra pujante Institución. Es lo mismo, también, que iba a confesarle hace días, cuando ella defendió ante el Comité Graduado del Departamento de Estudios Hispánicos de la UPR, su ejemplar estudio sobre Melibea (una de sus antepasadas parientas).
Además “me alegro con el alma” es la misma frase que le voy a decir cuando publique su poemario, tan transparente y rotundo; y exactamente lo mismo que no le dije entonces (pero ahora sí!) cuando me habló de los otros dos premios que obtuvo en aquel Departamento: Me alegro. Me alegro con el alma. Me alegro con el alma por ti…
Comentarios
Quizá las palabras sobran, pero recibo con mucho sobrecogimiento y humildad el bello homenaje que me haces. Te agradezco (esta vez yo) desde el hondón de mi alma los preciosos cerezos florecidos que pusiste en cada una de tus palabras. Nunca había tenido mejor distinción. Gracias a ti por acompañarme en las insufribles mañanas sabatinas (esas en que nos pesa a ambos encarar el sol) y que pesan mucho menos cuando la compañía es grata. Por último (por ahora), gracias por celebrar conmigo.