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Lluvias en el Este


(O, "Maunabo: Parte III")

Hace al menos medio año, el gobierno federal de los Estados Unidos está regalando la titularidad del Faro de Maunabo a quien le muestre una propuesta responsable dirigida a generar su auto-sustentabilidad. (La noticia apareció hace 2 semanas en la prensa nacional, solo que en la página 16.)

¿Sabía que Maunabo es un pueblo nuestro, verdad? Pregunto sin resentimiento. Hay veces que uno duda si tal o cual nombre propio puertorriqueño es una región o un pueblo. A parte de que seguramente, por ejemplo, alguien todavía afirma que regiones como Río Piedras son aun municipios. Además, existen Naguabo y Gurabo.

El que compare a Puerto Rico con una botella mal hecha por tener en vez de cuello, un ñoco hacia la izquierda, ubicaría a Maunabo en el hombro derecho de tan importante recipiente.

Hace poco, un criminal en potencia y actos agredió injustamente al alcalde actual de ese pueblo: el señor Jorge Márquez. Por suerte, allí abunda la buenagente. De otra parte, los maunabeños organizados a favor del ambiente son muchos, y gozan del honor de ser amigos de Don Alexis Massol González. De esa mismísima parte, allí viví yo hasta casi ahora mismo que escribo; y todavía queda allí buena parte de la tribu modemita, de la casa de Israel, ¡perdón!, de la casa de los Ruices, a la que estoy atado por cinco de mis siete ramas genealógicas.

El 9 de abril de este año, el Comité Pro Desarrollo de Maunabo recibió en la Reserva Natural Punta Tuna a la Sociedad de Astronomía de Puerto Rico, quien a su vez fue anfitriona de las estrellas, a las que recibió en los telescopios que trajo esa noche, para realce de ellas y beneficio de todos los maunabeños.

A Maunabo llegan ballenas, manatíes, marlins (o "agujas azules": ¡yo vi una!). Allí le hacen un festival a la Virgen del Carmen, al que traen bandas de rock en español. Y el alcalde, que tiene cara de salsero a más no poder, va y bebe sin embriagarse y se retira luego, pasándola bien como todos en ese Festival (nada menos que en la Villa Pesquera).

Que yo sepa, al menos hasta el 2005, este pueblo estuvo entre los once municipios que para esa fecha no habían reportado nunca asesinatos u homicidios. (Robos: ¡qué remedio! ¡Sobre todo, con toda esa plaga de robo que les ha dado a las malangas!)

Todas las costas de Maunabo están hechas de horizonte azul, así como de grandes montañas que les caen encima sin aplastarlas. El bosque, en la boca del estuario. Hasta donde llegan las larvas de las guábaras, para eclosionar (y los tinglares, que mueren bajo perros cuchillos). La playa, mientras tanto, se pierde entre la arena y los días sin visitas.

Llueve casi todo el año en este hombro, sobre todo en sus montañas (en Matuyas: Alto y Bajo, más que nada). Tal vez por esas combinaciones de lluvia, mar, montañas y carestía, siempre imaginé a ese pueblo como escenario de la “Tormenta platanera” de Emilio S. Belaval (no la que ha **creado el señor Luis Pabón Roca en estos días). El protagonista, de hecho, está hecho mitad uno de mis primos, mitad *** Felo.

Si Mami no hubiese visto la prensa por los últimos dos días, hubiese pensado que las lluvias de hoy (que comenzaron a la una de la madrugada en ese hombro de botella), se debían a las que siempre nos copan en estos meses que ahora *** tocan. Nunca hubiera relacionado esas lluvias a las que siempre anuncian por la prensa, cuando llega una tormenta bautizada invariablemente con ** nombre occidental.

¿Cuándo llamaremos una tormenta: “Rhu” o “Dunga”?

Si el centro de Emily hubiese cruzado la Isla hoy, todo el mundo mañana habría visto sus estragos, y acaso habrían entrado por fin a casa de Mami o de Eliezer.

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