Usted es la portavoz de la independencia puertorriqueña. Según usted misma. No le escribo para ofenderla, pero cuanto usted sabe, conoce, recorre o percibe, es exactamente lo mismo que una persona educada como yo, como mi esposa, como mi hermano, recorren. Todos ellos, acaso, le dieron a usted sendos votos. Yo no. Yo voté por otra mujer igual de libre, igual de trabajadora, igual de comprometida, igual (o más) valiente, a la que usted miró tan, pero tan y tan y tan mal en esos televisivos debates en los que -al fin- se proyectó alguna cámara sobre alguien que no utilizó los fondos electorales por los que usted, Licenciada, tanto se inclina. No hay marcha atrás: la cantidad de votos que usted necesita para alcanzar a mi candidata (puesto que de los votos para liberar al país ya ni se diga) se va a multiplicar una vez se calibre, pondere o justiprecie el gran error nacional que hemos cometido (por lo bajo ) al habernos decantado por Ricardo, Ricky, Riquito, Roselló. Este últi
Vigilia callada bajo sueño apalabrado.