Jaime inició, casi bruscamente, la siguiente conversación con Serafina:
“Oye, Serafina, creo que te voy a dejar.”
Serafina se ofendió y de inmediato utilizó el azadón que guardaba (para casos de ofensa, precisamente) debajo de su rigurosa cama. En ese único y último minuto en que Jaime conversó con ella, él, adolorido en todas partes, le recriminó lo siguiente:
1. “(¡Pero!) yo no soy malo”
2. “¡Ay!”
3. “(Pero) tú te acostaste con él, que es mi primo, y que vive en esta casa y es como si fuera mi hermano!”
La conversación duró * ***** un minuto. Jaime la concluyó con un jadeo nefasto y un triste: “Se...”
“Oye, Serafina, creo que te voy a dejar.”
Serafina se ofendió y de inmediato utilizó el azadón que guardaba (para casos de ofensa, precisamente) debajo de su rigurosa cama. En ese único y último minuto en que Jaime conversó con ella, él, adolorido en todas partes, le recriminó lo siguiente:
1. “(¡Pero!) yo no soy malo”
2. “¡Ay!”
3. “(Pero) tú te acostaste con él, que es mi primo, y que vive en esta casa y es como si fuera mi hermano!”
La conversación duró * ***** un minuto. Jaime la concluyó con un jadeo nefasto y un triste: “Se...”
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