Te confieso, Ricky, que yo había dudado. Tienes mucho aún de viril, tal vez en tu barba que no se le escapa a tu rostro de Adonis, o tal vez en tu enorme cuerpo invadido tanto menos por la grasa que por la masa muscular. Dicen que tu homosexualidad era un secreto a voces, pero qué va. Un mal gobierno es un secreto a voces, y ya ves qué pasa con el que lo acusa de ser tal. Tú con tu dinero y fama podías hacer lo que hubieses querido para esconder tus instintos, y mentirte a ti y a los demás. Hubieses podido tener siete novias de alquiler. Has optado sin embargo por decir la verdad, al parecer para darles a tus hijos un legado honroso, lejos de las apariencias. “Si el hombre pudiera decir lo que ama”, comienza un poema de Cernuda… quién sabe con qué llanto alegre él habría leído esa tu carta, profunda, sincera, inteligente y recia, en la que has dado a todos tu más pura canción de honestidad. Pienso en la fallida pero siempre controvertible ley 99, y los muchos empeños que a favor y cont
Vigilia callada bajo sueño apalabrado.