Ir al contenido principal

Lorenzo

"¿El dolor todavía lo embarga?” Margarita Aponte, reportera de Univisión Puerto Rico, caracterizada por su manera redundante de interrogar. Ella hizo la pregunta. Al padre del niño asesinado diabólicamente hace una semana. Hace una semana ese niño regresó de un juego de futbol a su casa, traído por su padre.

Su padre no vivía con él. Eran las nueve de la noche. A las cinco y treinta de la madrugada certificaron su muerte. En el centro de diagnóstico y tratamiento al que su madre lo llevó, una hora después de haberlo hallado roto. No se sabe si ella lo rompió. Porque ella dijo cuando lo llevó, que el niño se había caído de la cama.

“¿El dolor todavía lo embarga?”, le preguntó la reportera a Ahmed. Y él comenzó a llorar.

La madre no ha hablado. Después de haber pensado que su hijo tuvo un accidente --a pesar de las heridas punzantes en su cara-- ha dicho que alguien pudo haberlo asesinado. Alguien que pudo haber entrado por una puerta de la que dice la policía que nunca se abrió. Nadie le ha podido preguntar a ella si el dolor aún la embarga. De hecho, nadie sabe, aunque parezca raro, si ella se anegó en dolor, como el padre del pequeño, al que todos hemos visto ayer en la tarde, apartarse de las cámaras quedamente, y quedamente llorar.

“¿Es que el dolor aun lo embarga?”, “¿Es que llegó a sentir pena por su hijo?” Margarita no le preguntó esas cosas. Como quiera lo hizo llorar. Tal vez quería saber si la gente se conduele. En estos días. Si la gente no se ha cubierto las arterias y las venas con embotaduras y cayos. Y aun se duele por sus hijos. Tal vez eso quiso preguntarle Margarita al señor padre de Lorenzo. El niñito. El niñito que no paraba de llorar cuando moría.

El niño se llama Lorenzo y está muerto hace una semana. El miedo de los forenses es no poder configurar y pegar todos los huesos y hechos, uno a uno. El miedo de la gente buena es que el crimen quede impune. El miedo de Lorenzo ya pasó.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Eyra Agüero Joubert

Eyra Agüero tuvo de nacimiento el enorme regalo de una patria dual. Puerto Rico la vio nacer, pero la República Dominicana le donó la sangre de sus padres. Así, hija de inmigrantes, tuvo en Puerto Rico su cuna, en Santo Domingo su familia extendida, y en el resto de Latinoamérica, una inconmensurable patria que lo mismo le contaba tradiciones folklóricas en español, que le cantaba nanas en portugués-brasileño. Entre contar y cantar trabaja Eyra, haciendo de la risa un arte (el reconfortante arte de la amabilidad), y de la voz una herramienta, o mejor, un disfraz, un elegante disfraz tras el cual esconderse, dejando solo al descubierto la hilaridad o el dramatismo de los personajes cómicos o trágicos que le toque interpretar. Pero antes de hablar de la actriz que hizo el número 5 en la lista de las 10 comediantes femeninas más queridas por el público puertorriqueño, según ha reseñado el periódico Primera Hora hace exactamente dos meses y nueve días (jueves 16 de abril

El e-mail

"Mami: Esta mañana te deposité unos chavitos en la cuenta, pa’ que veas que acá sí se puede trabajar y ganar bueno sin tener que estudiar tanto. Cómprate ropa o ponte los dientes que te partió Papi, pero no le des chavos, que tú sabes en qué se los va a gastar. Después te envío más. Estoy con prisa, te dejo. Tqm. Jay" Luego de enviar el e-mail , se quitó los guantes y la capucha, y los lanzó apresurado al interior del vehículo. Cuando terminó de rociar con carburante el auto, acomodó la laptop entre las manos de su dueño, que yacía silencioso y morado en el asiento trasero. Encendió la triste mecha. Y se marchó de inmediato, iluminado. (Cuento con el que concursé en el Certamen Mundial de Cuento Corto. Este año hubo 239 concursantes. Fui la undécima persona, de las 30 que pudieron leer su texto.)

Don José Antonio Torres Pérez, maestro de todos nosotros

  El 1 de enero de 1924 nació justo en la frontera entre la calurosa ciudad señorial de Ponce y el fr í o municipio de Adjuntas un hombre que llevaría precisamente la templanza como actitud constante ante las circunstancias diversas de la vida, José Antonio Torres Pérez. Estudiante, joven soldado, trabajador social, luego empresario diletante y siempre un egregio director escolar, Míster Torres — como mayoritariamente le llaman los adjunte ñ os —, pasó toda su corta pero intensa juventud entre las sombras y claros de la carretera 123, que él caminaba cinco veces a la semana, de la casa a la escuela y viceversa, con el entusiasmo de un atleta y la sabiduría de un pequeño sabio. Su lugar favorito era esa escuela. Allí, lo mismo que en el barrio Guaraguao donde se crio, le llamaban Toñito. Entre amigos, maestras y libros, cimentó su educación en conocimientos que aún le sirven de guía, pues no estuvieron nunca dirigidos a la simple acumulación de datos, sino a la aplicación directa en