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Carta abierta a Mayra Montero:

Señora, reciba un saludo respetuoso del mismo que el 25 de octubre de 2008 escribió en este blog (¿me hará usted el honor de confirmarlo?): “Si yo no leo a Mayra Montero se debe a infinidad de razones: pereza, incapacidad mía de pasarme el día leyendo, etcétera.”

Concisa y socarrona, pero falsa la afirmación. Yo le conocía a usted ya algunos cuentos, además de La última noche que pasé contigo. También leía la columna de usted de los domingos. De todos modos, es casi seguro que cuando lea otro libro suyo lo haré afanado; y es que acabo de leer esta mañana (eran las tres aeme) la última de las noticias que aparecen en su novela Tú, la oscuridad y no lo he podido creer. Ese libro es una joya de la prosa fluida y amena. Tanto que parece un cuento de 246 páginas y no una novela; aunque bueno, yo siempre he pensado que las novelas tratan de muchas cosas, no solamente de dos personajes que hacen más o menos siempre lo mismo, y por eso lo digo.

Además, ¡en ese libro hay tanto sufrimiento! Y ya usted sabe: ¡para escribir hay que sufrir! Yo no pensaba que usted lo hacía, le soy sincero. Yo pensaba que usted escribía por aquello de ser novelista de vinos gratis en el viejo San Juan (qué quiere que le diga). Pero Tú, la oscuridad es el sufrimiento puro: ¡Haití se echó a perder! ¡Y ese Mont des Infants Perdus es el Yunque!

Fascina el retrato tan natural de la sociedad haitiana, sin que se note el esfuerzo; y su compenetración y familiaridad con la misma. Su investigación está ahí, sin que se sienta el esfuerzo con que la realizó. Y aunque hay quizás cabos sueltos, no importan: ¿a quién le importa lo que le dijo Martha al protagonista en la carta? ¿A quién, lo que motivaba a los “macoutes” a matar indiscriminadamente a todo el mundo? Esa ira es también metafórica: los “macoutes” son depredadores, punto. De hecho, los haitianos (y a través de ellos, todos nosotros) somos como esos anfibios que se van extinguiendo a pasos acelerados. La similitud entre especie humana y especie “animal” tiene una trabazón directa que jamás había visto en otro libro (aunque eso no cuenta, porque yo no he leído tanto). Se me ocurre pensar, no en el naturalismo decimonónico, sino en un antropologismo sumamente actual: en un mundo sin referentes sociales, el ser humano acaba por asimilarse a los más voraces especímenes de la fauna de la naturaleza. Algo así como The Lord of the Flies hispano.

Pero bueno, yo sé que nada de esto último usted lo ha pensado de este modo. Y tal vez usted se haya interesado más en el aspecto machista de la novela, solapado pero constante. O, lo que es lo mismo, en la figura de la* mujer**. O incluso, en una lectura demasiado literal, a usted de verdad le interesan las ranas, y ha querido hacer un correlato entre su suerte y la de nuestra especie. Pero la idea de una novela “ecologista” que podría plantear esa lectura es superada con creces en su contundente relato. Personalmente, yo ni siquiera he visto fotos de la topografía haitiana; y sin embargo, cómo he transitado esos parajes baldíos; cómo me he asqueado por el olor a podredumbre, y las miasmas y la porquería que rezumaba toda la costa de Haití.

No viene a cuento, pero, ¿quiere que le diga un secreto? Cuando hacía mi bachillerato, allá en un recinto fuera de San Juan, mi profesora de Géneros Literarios siempre la omitía a usted al hablar de la Reunión de Espejos. “Es que no es de aquí”, nos decía, hace quince años; y le confieso que yo, sin indagar más allá de lo escuchado, le creía. El secreto, de todas formas, no es ese; sino que esa profesora aparece como confidente del efebeí en la carpeta que esa oficina levantó contra otro de los profesores del recinto.

No se lo diga a nadie: guárdese el secreto como retribución al regalo que me ha dado, con la escritura de su libro, en cuya solapa, de hecho, aparece usted muy donosa, qué quiere que le diga…

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