(¡Sufre Eduardo Barrios!) La historia es simple para un puertorriqueño habituado a su familia, su universidad (no su “college”) o su historia. Siete primos de allá me visitaron acá . Siete primos que no conocía, aunque sabía (porque alguien me dijo) que eran “gringos”, visitaron Puerto Rico por dos días, y yo tuve la suerte de poder compartir con ellos, quienes — repito — eran del bando de allá. Gringos vs. “puertorros” se suponía que fuera el nombre de esta historia, que no tuvo ni un instante de tensión, ni un segundo tenso. [Primera complicación: Venían porque su madre, de 71 a ñ os, se casaba (y no precisamente a lo Duquesa de Alba, ¡pues su esposo era mayor!)] Raros como nosotros mismos (ante Hispanoamérica, por ejemplo), ese tipo de “gringo” siempre me llamó la atención. Se trataba de un espejo algo así como invertido, que me reflejaba con otra lengua que me traía otras ideas (o acaso las mismas ideas expresadas con otros gestos y, por diversas razones, con otra