Los otros días me puse a hablar malo para relajarme. Es decir, para ver si me relajaba. De hecho, como no suelo hablar malo, me reí "con cojones" al hacerlo, y como ven: ya empezamos a hablar de los genitales.
La "pendejá" es que dije: “Mi hermano me escribió una mierda de correo”, y ahí empezó verdaderamente el mecanismo que se activa cuando aparecen explosivas en el discurso las malas palabras.
Primer defecto: Las malas palabras simplifican la realidad.
Segundo: Las malas palabras subestiman la realidad. Incluso si tuviera razón al decir que la Muralla China es grande "con cojones", me estaría refiriendo a ella, no solo con imprecisión, sino con una mas o menos explícita irreverencia.
Tercer defecto: Las malas palabras reducen el léxico, por su capacidad de ajustarse a cualquier contexto: grande con cojones (inmenso, vasto, amplio o amplísimo, inconmensurable); linda con cojones (bella, hermosa, grata o gratísima, preciosa); malo con cojones (ruin, despreciable, abyecto); etcétera.
Cuarto defecto: el estigma. Por más bien que le queden a mi jefa los “cabrones” y los “coños” (créanme: en ella son verdaderamente plausibles), ni ella misma se los tira cuando está dando clase. Y por más que un profesor se vea cool hablando malo en la clase, el grupo, llegado el momento del juicio, nunca se la va a dejar pasar.
Yo le dije a mi hermano que eso era a propósito (decir “mierda de correo”), pero él no me creyó. Y es que es difícil arreglar con alguien, después de haberle dicho “eso que tú hiciste es una mierda”. O sea que también, las malas palabras son contundentes (todas lo son, en su momento). Fue una situación de la que salí perdiendo: el muy hermano mío no me creyó el jueguito, y aunque siempre me ha encojonado que la gente no le crea al artista cuando éste asegura que hizo tal o cual cosa a propósito, esta vez me voy a tener que contentar con rasparme pa’l carajo porque no hay marcha atrás: luego de ese “mierda” que escribí, no creo que convenza a nadie.
De todos modos, quisiera hacer la apología de mi jefa. Pone sus “carajos” y sus “hostias” tan y tan perfectamente ajustados en la expresión y el momento, que uno casi ni los nota al hablar con ella. La otra vez me dijo que una de las aportaciones de la crítica literaria había sido plantear la posibilidad de que Cervantes fue maricón, y yo le hice qué sé yo qué pregunta como si nada. Si el público de la mesa redonda no se hubiese echado a reír, yo ni hubiese notado la impropiedad.
Primera ventaja: Las malas palabras tienen un aspecto estilístico.
Segunda ventaja: (cuestionable): Las malas palabras sirven para expresar afecto. (El marica de mi hermano me hizo recordar esto.)
PD
Ayer, nuestro actual Secretario de Justia, Antonio Sagardía le dijo “enano intelectual” y “canalla” al representante popular Luis Vega Ramos. Este le ripostó, llamándole “irrespetuoso” al susodicho. Hoy a las 12:43, me da la impresión de que el *** cabrón de los dos es el primero.
La "pendejá" es que dije: “Mi hermano me escribió una mierda de correo”, y ahí empezó verdaderamente el mecanismo que se activa cuando aparecen explosivas en el discurso las malas palabras.
Primer defecto: Las malas palabras simplifican la realidad.
Segundo: Las malas palabras subestiman la realidad. Incluso si tuviera razón al decir que la Muralla China es grande "con cojones", me estaría refiriendo a ella, no solo con imprecisión, sino con una mas o menos explícita irreverencia.
Tercer defecto: Las malas palabras reducen el léxico, por su capacidad de ajustarse a cualquier contexto: grande con cojones (inmenso, vasto, amplio o amplísimo, inconmensurable); linda con cojones (bella, hermosa, grata o gratísima, preciosa); malo con cojones (ruin, despreciable, abyecto); etcétera.
Cuarto defecto: el estigma. Por más bien que le queden a mi jefa los “cabrones” y los “coños” (créanme: en ella son verdaderamente plausibles), ni ella misma se los tira cuando está dando clase. Y por más que un profesor se vea cool hablando malo en la clase, el grupo, llegado el momento del juicio, nunca se la va a dejar pasar.
Yo le dije a mi hermano que eso era a propósito (decir “mierda de correo”), pero él no me creyó. Y es que es difícil arreglar con alguien, después de haberle dicho “eso que tú hiciste es una mierda”. O sea que también, las malas palabras son contundentes (todas lo son, en su momento). Fue una situación de la que salí perdiendo: el muy hermano mío no me creyó el jueguito, y aunque siempre me ha encojonado que la gente no le crea al artista cuando éste asegura que hizo tal o cual cosa a propósito, esta vez me voy a tener que contentar con rasparme pa’l carajo porque no hay marcha atrás: luego de ese “mierda” que escribí, no creo que convenza a nadie.
De todos modos, quisiera hacer la apología de mi jefa. Pone sus “carajos” y sus “hostias” tan y tan perfectamente ajustados en la expresión y el momento, que uno casi ni los nota al hablar con ella. La otra vez me dijo que una de las aportaciones de la crítica literaria había sido plantear la posibilidad de que Cervantes fue maricón, y yo le hice qué sé yo qué pregunta como si nada. Si el público de la mesa redonda no se hubiese echado a reír, yo ni hubiese notado la impropiedad.
Primera ventaja: Las malas palabras tienen un aspecto estilístico.
Segunda ventaja: (cuestionable): Las malas palabras sirven para expresar afecto. (El marica de mi hermano me hizo recordar esto.)
PD
Ayer, nuestro actual Secretario de Justia, Antonio Sagardía le dijo “enano intelectual” y “canalla” al representante popular Luis Vega Ramos. Este le ripostó, llamándole “irrespetuoso” al susodicho. Hoy a las 12:43, me da la impresión de que el *** cabrón de los dos es el primero.
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