Cuento con el que concursé y, como siempre, no gané en el certamen de El Nuevo Día Fue como si un peso existiera, territorial, concreto, en las palabras urgentes con las que Juan José me hablaba. Y como si ese peso me hubiese atraído, por culpa de una fuerza orbital imprudentísima, hasta el núcleo solitario y úrsido de su cerebro. Juan José, en palabras simples, era el único hombre-oso, con un poco de conciencia, que habitaba ** su planeta. Y siempre fue para su mamá, María Andares, un satélite importante al que ella dedicó, como a nadie, su enérgica luz interior. Esa tarde, Juan José me había dicho: “Mami descifró mi Mundo.” Y también: “Ella hizo que me temblara hasta el ombligo, cuando me explicó lo de Papi.” Con imágenes como ésas me quiso aclarar (estoy seguro) eso que yo pudiera llamar el “alma suya”, si es que quieren que me arriesgue a pronunciar palabras tan grandes como “alma” (de ciento veintitrés mil acepciones). Pero yo preferiría lo contrario. Yo me iría a mi